-Malvado. Sin corazón. Sabes que papá desde hace mucho tiempo está
sin empleo. Por eso ayer yo no podía tragar, mirando su rostro. Algún día
vas a ser padre y entonces vas a saber lo que duele una hora de esas.
Para colmo, yo lloraba.
-Pero si no lo vi, Totoca, No lo vi.
-Sal de mi lado. No sirves para nada. ¡Vete!
Tuve ganas de salir corriendo por la calle y agarrarme llorando a las
piernas de papá. Decirle que había sido muy malo, realmente malo. Pero
continuaba quieto, sin saber qué hacer. Necesité sentarme en la cama
desde allí miraba mis zapatillas, siempre en el mismo rincón, vacías. Vacías
como mi corazón, que fluctuaba sin gobierno.
-¿Por qué hice eso, Dios mío? Y precisamente hoy. ¿Por qué tenía que
ser aun mas malo cuando ya todo estaba demasiado triste? ¿Con qué cara
lo miraré a la hora del almuerzo? Ni la ensalada de frutas voy a conseguir
que pase.
Y sus grandes ojos, como pantalla de cine, estaban pegados a mí,
mirándome. Cerraba los ojos y veía esos ojos grandes, grandes...
Mi talón dio en mi caja de lustrar zapatos y tuve una idea. Tal vez así
papá me perdonase tanta maldad.
Abrí el cajón de Totoca y tomé en préstamo una lata más de pomada
negra, porque la mía se estaba acabando. No hablé con nadie. Salí
caminando, triste, por la calle, sin sentir el peso del cajoncito. Me parecía
estar caminando sobre los ojos de él. Doliéndome dentro sus ojos.
Era muy temprano y la gente debía estar durmiendo a causa de la Misa
y de la cena. La calle estaba llena de chicos que exhibían y comparaban sus
juguetes. Eso me abatió más todavía. Todos eran niños buenos. Ninguno de
ellos haría nunca lo que yo había hecho.
Paré cerca del "Miseria y Hambre", esperando encontrar algún cliente.
El cafetín estaba abierto hasta ese día. No por nada le habían puesto aquel
sobrenombre. A é