-¡El año que viene tienen que venir más temprano, dormilones!. . .
-No importa.
Pero sí que importaba. Estaba tan triste y desilusionado que hubiese
preferido morir antes de que sucediese aquello.
-Vamos a sentarnos allí. Necesitamos descansar un poco.
-Tengo sed, Zezé.
-Cuando pasemos por lo de don Rosemberg pedimos un vaso de agua.
Alcanza para los dos.
Solamente en ese momento descubrió toda la tragedia. Ni habló. Me
miró haciendo pucheros y con los ojos perdidos.
-No importa, Luis. ¿Sabes? Voy a pedirle a Totoca que le cambie la cola
a mi caballito "Rayo de Luna" para dártelo como regalo de Papá Noel.
Pero continuó lloriqueando.
-No, no hagas eso. Tú eres un rey. Papá dijo que te bautizó Luis porque
era nombre de rey. Y un rey no puede llorar en la calle, frente a los demás,
¿sabes?
Apoyé su cabeza en mi pecho y me quedé alisándole el cabello
enrulado.
-Cuando sea grande, voy a comprar un coche bonito como el de don
Manuel Valadares. Ese del Portugués, ¿te acuerdas? Ese que pasó una vez
delante de nosotros en la Estación, cuando estábamos saludando al
Mangaratiba... Bueno, voy a comprar un cochazo lindo, lleno de regalos, y
solo para ti... Pero no llores, que un rey no llora.
Mi pecho explotó con enorme amargura.
-Juro que lo voy a comprar. Aunque tenga que matar y robar...
No era mi pajarito el que me comentaba eso, allá adentro. Debía ser el
corazón.
Solamente eso podía ser. ¿Por qué el Niño Jesús no me quería? El
amaba hasta al buey y al burrito del pesebre. Pero a mí, no. Y él se vengaba
porque yo era ahijado del diablo. Se vengaba de mí dejando a mi hermano
sin su regalo. Pero Luis no merecía eso, porque era un ángel. Ningún
angelito del cielo podía ser mejor que él.
Y las lágrimas brotaron cobardemente de mis ojos.
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