Test Drive | Page 30

Tomé con más fuerza la mano de Luis y continuamos la marcha. El cansancio ya comenzaba a manifestarse en él. Cada vez disminuía más sus pasos. -Vamos, Luis. Ya estamos cerquita y hay muchos juguetes. Caminaba un poco más rápidamente y volvía a retrasarse. -Zezé, estoy cansado. -Te voy a alzar un poco, ¿quieres? Abrió los brazos y lo cargué un tiempo. ¡Pero vaya! ¡Pesaba como si fuese plomo! Cuando llegamos a la Calle del Progreso quien estaba bufando era yo. -Ahora caminas otro poquito. El reloj de la iglesia dio las ocho. -¿Y ahora? Había que estar allí a las siete y media. Pero no importa, hay mucha gente y van a sobrar juguetes. Traen un camión lleno. -¡Zezé, me está doliendo un pie. ! Me incliné: -Voy a aflojarte un poco el cordón y mejorará. Ibamos cada vez más despacio. Parecía que el Mercado no llegaba nunca. Y después todavía teníamos que pasar la Escuela Pública y doblar a la derecha en la calle del Casino Bangú. Lo peor de todo era el tiempo, que parecía volar a propósito. Llegamos allá muertos de cansancio. No había nadie. Ni parecía que hubiera habido distribución de juguetes. Pero la hubo, sí, porque la calle estaba llena de papel de seda arrugado. Los trocitos de papel coloreaban la arena. Mi corazón comenzó a inquietarse. Cuando llegamos, don Coquito estaba ya cerrando las puertas del Casino. Extenuado, le dije al portero: -Don Coquito, ¿ya se acabó todo? -Todo, Zezé. Ustedes llegaron muy tarde. Esto fue como un alud. Cerró media puerta y sonrió bondadosamente. 30