¡Qué maravilla!... ¡Qué alivio!...
El que no se extrañó mucho fue Biriquinho.
-Menos mal que es en la otra calle. Queda cerca de aquí. Y aquello de
que te hablé. . .
-¿Cuándo es?
-Mañana a las ocho, en la puerta del Casino Bangú. La gente dice que
el dueño de la Fábrica mandó comprar un camión de juguetes. ¿Vas?
-Sí que voy. Y llevaré a Luis. ¿Será posible que yo también reciba algo?
-Claro que sí. Una porqueriíta de este tamaño. ¡O estás pensando que
ya eres un hombre?
Se puso cerca de mí y sentí que todavía era muy chico. Menor aún de lo
que pensaba.
-Bueno, algo voy a ganar. . . Pero ahora tengo que hacer. Mañana nos
encontramos ahí.
Volví a casa y anduve dando vueltas alrededor de Gloria.
-¿Qué pasa, muchacho?
-Bien que podías llevarme. Hay un camión que vino de la ciudad llenito
de juguetes.
-Escucha, Zezé. Tengo un montón de cosas que hacer. Planchar,
ayudar a Jandira a arreglar la mudanza. Vigilar las cacerolas en el fuego...
-También vienen un montón de cadetes de Realengo.
Además de coleccionar retratos de Rodolfo Valentino, a quien ella
llamaba "Rudy", y que pegaba en un cuaderno, tenía locura por los cadetes.
-¿Dónde viste cadetes a las ocho de la mañana? ¿Quieres hacerme
pasar por tonta, chiquilín? Ve a jugar, Zezé.
Pero no me fui.
-¿Sabes una cosa, Godóia? No es por mí, no. Pasa que le prometí a
Luis llevarlo allá. Es tan chiquitito. Un chico de esa edad solamente piensa
en la Navidad.
-Zezé, ya dije que no voy. Y ésas son mentiras; lo que pasa es que tú
quieres ir. Tienes mucho tiempo para recibir Navidades en tu vida...
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