-¿Y si me muero? Morir sin haber recibido algo esta Navidad...
-No vas a morirte tan pronto, mi amigo. Vas a vivir dos veces más que
tío Edmundo o don Benedicto. Y ahora basta. Ve a jugar.
Pero no fui. Me di maña para que ella a cada momento tropezara
conmigo. Iba a la cómoda a buscar algo, y se encontraba conmigo sentado
en la mecedora, pidiendo con la mirada. Porque pedir con la mirada tenía
mucho efecto sobre ella. Iba a buscar agua en la pileta, y yo estaba sentado
en el umbral de la puerta, mirando. Iba al dormitorio, a buscar piezas de ropa
para lavar.
Allí estaba, sentado en la cama, con las manos en el mentón, mirando...
-Hasta que no aguantó más.
-Bueno, basta. Zezé. Ya dije que no y no. Por amor de Dios, no
termines con mi paciencia. Ve a jugar.
Pero no me fui. Es decir, pensé que no me iba. Porque ella me agarró,
me llevó afuera y me depositó en el fondo. Después entró en la casa y cerró
la puerta de la cocina y de la sala. No me rendí. Me fui sentando delante de
cada ventana por la que ella iba a pasar. Porque ahora comenzaba a limpiar
la casa y a arreglar las camas. Se encontraba conmigo, espiándola, y
cerraba la ventana. Acabó cerrando toda la casa para no verme.
-¡Mujer de los mil diablos! ¡Parda de mal pelo! ¡Ojalá que nunca te
cases con un cadete! ¡Ojalá que te cases con un soldado raso, de esos que
no tienen ni un centavo para lustrarse las polainas!
Cuando vi que realmente estaba perdiendo el tiempo, salí furioso y gané
de nuevo el mundo de la calle.
En la calle descubrí a Nardinho que jugaba con una cosa. Estaba en
cuclillas, totalmente distraído. Me acerqué. Había hecho un carrito con una
caja de fósforos y le había atado un abejorro tan grande como nunca lo
había visto.
-¡Caramba!
-Es grande, ¿no?
-¡Te lo cambio!
-¿Por qué?
-Si quieres fotos...
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