-Hasta que me mude. Falta más de una semana. Hasta ese momento
¿no te irás a olvidar de hablar?
-Jamás. Es decir, para ti solamente. ¿Quieres ver cómo soy de blando?
-¿Cómo eres de qué?. . .
-Súbete a mi rama. Obedecí.
-Ahora, balancéate un poco y cierra los ojos.
Hice lo que me mandaba.
-¿Qué tal? ¿Alguna vez tuviste en la vida un caballito mejor?
-Nunca. Es maravilloso. Voy a darle a mi hermanito menor mi caballito
"Rayo de Luna". Te va a gustar mucho mi hermano, ¿sabes?
Bajé adorando ya mi planta de naranja-lima.
-Mira, haré una cosa. Siempre que pueda, antes de mudarnos, vendré a
charlar un ratito contigo. . . Ahora necesito irme, ya están saliendo todos.
-Pero los amigos no se despiden así.
-¡Chist! Allá viene ella.
Gloria llegó en el momento en que lo abrazaba.
-Adiós, amigo. ¡Eres la cosa más linda del mundo!
-¿No te lo había dicho?
-Sí, lo dijiste. Ahora, aunque ustedes me diesen la "mangueira" y la
planta de tamarindo a cambio de mi árbol, no querría.
Me pasó la mano por el pelo, tiernamente.
-¡Cabecita, cabecita!. . . Salimos tomados de las manos.
-Godóia, ¿no te parece que tu "mangueira" es un poco sosa?
-Todavía no se puede saber, pero parece un poco, sí.
-¿Y el tamarindo de Totoca?
-Es un poco sin gracia, ¿por qué?