Me enojé. Sentado en el suelo, apoyé mi enojo en mi planta de naranjalima. Gloria se alejó sonriendo.
-Ese enojo no dura, Zezé. Acabarás descubriendo que yo tenía razón.
Agujereé el suelo con un palito y comencé a dejar de lloriquear. Habló
una voz, venida quién sabe de dónde, cerca de mi corazón.
-Creo que tu hermana tiene toda la razón.
-Todo el mundo tiene siempre toda la razón; el único que no la tiene
nunca soy yo.
-No es cierto. Si me mirases bien, acabarías por darte cuenta.
Me levanté, asustado, y miré el arbolito. Era raro, porque siempre
conversaba con todo, pero pensaba que era mi pajarito de adentro que se
encargaba de arreglar las conversaciones.
-¿Pero tú hablas de verdad?
-¿No me estás escuchando?
Y se rió bajito. Casi salí gritando por la quinta. Pero me sujetaba la
curiosidad.
-¿Por dónde hablas?
-Los árboles hablan por todas partes. Por las hojas, por las ramas, por
las raíces. ¿Quieres ver? Apoya tu oído aquí en mi tronco y vas a escuchar
palpitar mi corazón.
Me quedé medio indeciso, pero viendo su tamaño perdí el miedo. Apoyé
la oreja y una cosa lejana hacia tic... tac... tic... tac...
-¿Viste?
-Pero, dime, ¿todo el mundo sabe que hablas?
-No. Solamente tú.
-¿De verdad?
-Puedo jurarlo. Un hada me dijo que cuando un niño igual a ti se hiciera
amigo mío, yo podría hablar y ser muy feliz.
-¿Y vas a esperar?
-¿Qué cosa?
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