-Corre al fondo. Debe de haber más árboles, tonto.
Corrí, pero sólo encontré el yuyo crecido. Un montón de naranjos viejos
y pinchudos. Al lado de la zanja había una pequeña planta de naranja-lima.
Estaba desconcertado. Todos estaban mirando las habitaciones y
determinando para quién sería cada una.
Tiré de la falda a Gloria.
-No hay nada más.
-No sabes buscar bien. Espera aquí que voy a encontrarte un árbol.
Al rato vino conmigo. Examinó los naranjos.
-¿No te gusta aquél? Es un lindo naranjo. No me gustaba ninguno. Ni
siquiera ése. Ni aquel otro, ni ninguno. Todos tenían muchas espinas.
-Para quedarme con esos mamarrachos, antes prefiero la planta de
naranja-lima.
-¿Cuál?
Fuimos hacia donde estaba.
-¡Pero qué linda plantita de naranja-lima! Mira, no tiene ni siquiera una
espina. Y tiene tanta personalidad que ya desde lejos se sabe que es
naranja-lima. ¡Si yo tuviera tu estatura no querría otra cosa!
-Pero yo quería un árbol grandote.
-Piensa bien, Zezé. Es muy pequeño todavía. Con el tiempo será un
naranjo grandote. Así crecerán juntos. Los dos se van a entender como si
fuesen dos hermanos. ¿Viste la rama que tiene? Es verdad que es la única,
¡pero parece un caballito hecho para que montes en él!
Me sentía el ser más desgraciado del mundo. Recordaba lo ocurrido
con la botella de bebida que tenía la figura de los ángeles escoceses. Lalá
dijo: "Ese soy yo"; Gloria señaló otro para ella; Totoca eligió otro para él. ¿Y
yo? Finalmente me tocó ser esa cabecita que había atrás, casi sin alas. El
cuarto ángel escocés, que ni siquiera era un ángel entero. . . Siempre tenía
que ser el último. Cuando creciera iban a ver. Compraría una selva
amazónica y todos los árboles que tocaran el cielo serían míos. Compraría
un depósito de botellas llenas de ángeles y nadie tendría ni siquiera un trozo
de ala.
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