-Hoy todo el mundo va a ver la nueva casa.
Totoca me llamó aparte y me avisó en un susurro.
-Si llegas a contar que ya conocemos la casa, te hago polvo.
Pero yo ni siquiera había pensado en eso.
Era un mundo de gente por la calle. Gloria me llevaba de la mano y
tenía órdenes de no soltarme ni un minuto. Y yo llevaba de la mano a Luis.
-¿Cuándo tenemos que mudarnos, mamá? Mamá le respondió a Gloria
con una cierta tristeza.
-Dos días después de Navidad hemos de comenzar a arreglar los
trastos.
Hablaba con una voz cansada, cansada. Y yo sentía mucha pena por
ella. Mamá había nacido trabajando. Desde los seis años de edad, cuando
construyeron la Fábrica, la habían puesto a trabajar allí. La sentaban encima
de una mesa y tenía que quedarse allí limpiando y enjuagando las
herramientas. Era tan chiquitita que se mojaba encima de la mesa porque no
podía bajar sola. . . Por eso nunca fue a la escuela ni aprendió a leer.
Cuando le escuché esa historia me quedé tan triste que prometí que cuando
fuese poeta y sabio le iba a leer todas mis poesías.
Y la Navidad ya se anunciaba en tiendas y mercerías. En todos los
vidrios de las puertas ya habían dibujado a Papá Noel. Algunas personas
compraban postales para que cuando llegase la hora no se llenasen
demasiado las casas de comercio. Yo tenía una lejana esperanza de que
esta vez el Niño Dios naciera. Pero que naciera para mí. A lo mejor, cuando
llegara a la edad de la razón, tal vez mejorase un poco.
-Aquí es.
Todos quedaron encantados. La casa era un poco más chica. Mamá,
ayudada por Totoca, desató el alambre que sostenía el portón y todo el
mundo se lanzó hacia adelante. Gloria me soltó y olvidó que ya estaba
haciéndose una señorita. Se precipitó en una carrera y abrazó la
"mangueira"*.
*Árbol frutal que da la manga (N. de la T)
-Esta es mía. Yo la agarré primero. Antonio hizo lo mismo con la planta
de tamarindo. No había quedado nada para mí. Casi llorando miré a Gloria.
-¿Y yo, Gloria?
20