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Pero esto no es enteramente original, ya que cualquier escritor acaba por ser autobiográfico en alguna medida. En cambio, su originalidad está en su método de trabajo: primero, la carga de ideas, la acumulación de los detalles físicos y psicológicos que darán forma a sus criaturas, la elección de los paisajes que le servirán de escenarios, el bosquejo de la novela, y finalmente, cuando ello es posible, su traslado al escenario elegido para consustanciarse con él. Realizada esta primera parte, sobreviene la etapa de la redacción, propiamente dicha, en la que suelta toda su fantasía, enhebra los resortes lingüísticos -me interesa recalcar su fidelidad al habla y los modismos propios de la zona en que instala sus historias-, y juega con el diálogo, que es en su profusión y acierto una de sus características. Para decir todo esto con palabras de José Mauro de Vasconcelos: "Cuando la historia está enteramente realizada en mi imaginación, comienzo a escribir. Solamente trabajo cuando tengo la impresión de que toda la novela está saliéndome por los poros del cuerpo. Y entonces todo marcha como en un avión a chorro". Esto, en lo que hace a Vasconcelos como escritor; porque también está el Vasconcelos actor. El cine y la televisión lo han visto animar historias propias y ajenas, y obtener por sus actuaciones importantes premios. Una referencia, también, al Vasconcelos protector de indios, a los que sirve de enfermero, de guía y de consejero. Pero, naturalmente, a nosotros nos interesa como hombre de letras. En 1968 encabezó la lista de best sellers con Mi planta de naranja-lima (O meu pe de laranja-lima), su historia de un niño que una vez, un día, descubrió el dolor y se hizo adulto precozmente. En éste, como en casi todos sus otros libros, Vasconcelos ha sido un autor afortunado con la crítica y con el público. Puede que sea por el olor a naturaleza que se agita en sus páginas, como una de esas culebras con las que muchas veces debió luchar durante sus aventuras en la selva. O puede que sea por ese lirismo que en algunas ocasiones viste sus temas; por la simplicidad de las formas literarias adoptadas; la presencia del paisaje lujuriante que, de pronto, estalla con toda la gama de sus colores y de sus olores o de sus ruidos; o por su intención de llegar fácilmente y con toda su carga emotiva al corazón del lector. Porque, fundamentalmente, es el corazón de su público lo que él busca, mucho más que su intelecto: sus libros son mensajes de un espíritu a otro, y nunca una vacía demostración de academicismo. En ese empeño intervienen los recuerdos de su vida en la misma medida en que lo hacen sus recursos de novelista. Como lo demuestran las múltiples ediciones de cada uno de sus títulos, Vasconcelos ha sabido encontrar el camino que conduce al lector. Sus personajes viven, se mueven y se desenvuelven con la misma naturalidad con que lo hace su autor en la vida real, y en ello se perciben 2