-Ya vamos para allá.
Miré de reojo hacia donde las dos "simias" comían naranjas. Desde la
jaula de los leones podría escuchar la conversación.
-Ya llegamos.
Señalé las dos leonas amarillas, bien africanas. Cuando él quiso
acariciar la cabeza de la pantera negra. . .
-¡Qué idea, muchachito! Esa pantera negra es el terror del Zoológico.
Vino a parar aquí porque le arrancó los brazos a dieciocho domadores y se
los comió.
Luis puso cara de miedo y sacó el brazo, aterrado.
-¿Vino del circo?
-Sí.
-¿De qué circo, Zezé? Nunca me contaste eso antes.
Pensé y pensé. ¿A quién conocía yo que tuviera nombre para circo?
¡Ah, ya estaba! Había venido del circo Rozemberg.
-¿Pero ésa no es la panadería? Cada vez era más difícil engañarlo.
Comenzaba a estar muy enterado.
-No, ésa es otra. Y mejor sentémonos un poco a comer la merienda.
Caminamos mucho.
Nos sentamos y fingimos que comíamos. Pero mi oído estaba allá,
escuchando las conversaciones.
-Uno debiera aprender de él, Lalá. Mira, si no, la paciencia que tiene
con el hermanito.
-Sí, pero el otro no hace lo que él hace. Eso ya es maldad, no travesura.
-Es cierto que tiene el diablo en el cuerpo, pero así y todo es divertido.
Nadie le tiene rabia en la calle, por más diabluras que haga...
-Aquí no pasa sin llevarse algunos chinelazos.
Hasta que aprenda.
Arrojé una flecha de piedad a los ojos de Gloria. Ella siempre me había
salvado, y siempre le prometía que nunca más lo iba a hacer...
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