Test Drive | Page 16

Llegamos junto al gallinero viejo. Adentro, las dos gallinitas claras estaban picoteando; la vieja gallina negra era tan mansa que hasta se le podían hacer cosquillas en la cabeza. -Primero vamos a comprar las entradas. Dame la mano, que los niños pueden perderse en esta multitud. ¿Ves cómo está de lleno los domingos? Miraba y comenzaba a ver gente por todas partes, y apretaba más mi mano. En la taquilla empiné hacia adelante la barriga y escupí para darme mayor importancia. Metí la mano en el bolsillo y pregunté a la vendedora: -¿Hasta qué edad no pagan los niños? -Hasta los cinco años. -Entonces, una de adulto, por favor. Tomé dos hojitas de naranjo como billetes, y fuimos entrando. -Primero, hijo mío, vas a ver la belleza de las aves. Mira, papagayos, loros y "ararás" de todos los colores. Aquellas de plumas de diferentes colores son las "ararás" arco iris. Y él agrandaba los ojos, extasiado. Caminábamos despacio, viéndolo todo. Tantas cosas, que hasta vi que detrás de todo Gloria y Lalá estaban sentadas en un banco, pelando naranjas. Los ojos de Lalá me miraban de una manera... ¿Ya lo habrían descubierto? En ese caso, este Jardín Zoológico iría a terminar en grandes chinelazos en el trasero de alguien. Y ese alguien únicamente podía ser yo. -Y ahora, Zezé, ¿qué vamos a visitar? Nuevo escupitajo y pose: -Vamos a pasar por las jaulas de los monos. Tío Edmundo siempre los llama simios. Compramos algunas bananas y las arrojamos a los animales. Sabíamos que eso estaba prohibido, pero como había tanta gente los guardianes ni se daban cuenta. -No te acerques mucho, porque te van a tirar las cáscaras de banana, muchachito. -Lo que yo quería era ver enseguida a los leones. 16