Ahora Minguito se había trasformado en un caballo que volaba. En mi
hombro, Luciano se equilibraba, feliz.
En el sector canalizado, Minguito me dio la mano para que mantuviera
el equilibrio en los gruesos caños. Era lindo cuando había un agujero y el
agua salpicaba como una fuentecita, mojándome y haciendo cosquillas en la
planta de los pies. Me sentía un poco mareado, pero la alegría que Minguito
me estaba proporcionando era el indicio de que ya estaba sano. Por lo
menos mi corazón latía suavemente.
De repente, a lo lejos pitó un tren.
-¿Oíste, Minguito?
-Es el pito de un tren a lo lejos. Pero un extraño ruido vino
acercándose ,y nuevas pitadas cortaban la soledad.
El horror me dominó por completo.
-Es él, Minguito. El Mangaratiba. El asesino. Y el ruido de las ruedas
sobre las vías crecía terriblemente.
-Súbete aquí, Minguito. ¡Rápido, Minguito! Pero Minguito no conseguía
guardar el equilibro sobre el caño, a causa de las brillantes espuelas.
-Súbete, Minguito, dame la mano. Quiere matarte. Quiere destrozarte.
Quiere cortarte en pedazos.
Apenas Minguito se trepó en el caño, el tren malvado pasó sobre
nosotros pitando y lanzando humo.
-¡Asesino!... ¡ Asesino!...
Mientras tanto, el tren continuaba su marcha sobre las vías. Su voz
llegaba, entrecortada de carcajadas.
-No soy culpable... No soy culpable... No soy culpable...
Todas las luces de la casa se encendieron y mi habitación fue invadida
por caras semiadormecidas.
-Fue una pesadilla.
Mamá me tomó en los brazos, intentando aplastar contra su pecho mis
sollozos.
-Fue un sueño, hijo... Una pesadilla.
Volví a vomitar, mientras Gloria le contaba a Lalá.
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