-Pero no te diste cuenta de una cosa. Mira bien. Dio una vuelta para
exhibirse.
-Estoy con las espuelas de Tom Mix, el sombrero de Ken Maynard, las
dos pistolas de Fred Thompson, el cinto y las botas de Richard Talmadge. Y
además de todo eso, don Ariovaldo me prestó la camisa a cuadros que tanto
te gusta.
-Nunca vi nada más lindo, Minguito. ¿Cómo conseguiste juntar todo
esto?
-Bastó con que supieran que estabas enfermo para que me prestaran
todo.
-¡Qué lástima que no puedas quedarte vestido así para siempre!
Me quedé mirando a Minguito, preocupado por si él sabría el destino
que le esperaba. Pero no dije nada.
Entonces se sentó a la orilla de la cama; sus ojos solo expandían
dulzura y preocupación. Aproximó su cara a mis ojos.
-¿Qué pasa, Xururuca?
-Más Xururuca eres tú, Minguito.
-Bueno, entonces eres el Xururuquinha. ¿No puedo quererte con más
cariño a veces, como tú haces conmigo?
-No hables así. El médico me prohibió llorar y emocionarme.
-Ni quiero eso. Vine porque sentía nostalgias y quiero verte de nuevo
bueno y alegre. En la vida todo pasa. Tanto, que vine para llevarte a pasear.
¿Vamos?
-Estoy muy débil.
-Un poco de aire libre te va a curar. Te ayudo para que saltes por la
ventana. Y salimos.
-¿Adonde vamos?
-Vamos a pasear por la parte canalizada.
-Pero no quiero ir por la calle Barón de Capanema. Nunca más voy a
pasar por allí.
-Vamos por la calle de las represas, hasta el final.
139