Test Drive | Page 131

sala de la directora continué corriendo. Alcancé la calle y me olvidé de la carretera Río-San Pablo, de todo. Lo único que quería era correr, correr y llegar allá. Mi corazón me dolía más que el estómago y corrí por toda la calle de las Casitas sin parar. Llegué a la confitería y pasé la vista por los automóviles para ver si Jerónimo había mentido. Pero nuestro coche no se encontraba allí. Solté un gemido y volví a correr. Fui sujetado por los fuertes brazos de don Ladislao. -¿Adonde vas, Zezé? Las lágrimas mojaban mi rostro. -Voy allá. -No debes ir. Me retorcí como un loco, pero sin conseguir librarme de sus brazos. -Quédate tranquilo, hijo. No te dejaré ir allá. -Entonces el Mangaratiba lo mató... -No. La asistencia ya llegó. Solo se arruinó mucho el coche. -Usted me está mintiendo, don Ladislao. -¿Por qué iba a mentirte? ¿No te conté que el tren agarró al automóvil? Pues bien, cuando pueda recibir visitas en el hospital te llevaré, lo prometo. Ahora vamos a tomar un refresco. Tomó un pañuelo y me enjugó el sudor. -Preciso vomitar un poco. Me recosté en la pared y él me ayudó teniéndome la cabeza. -¿Estás mejor, Zezé? Hice que sí con la cabeza. -Voy a llevarte a tu casa, ¿quieres? Dije que no con la cabeza y me fui caminando lentamente, desorientado por completo. Sabía toda la verdad. El Mangaratiba no perdonaba nada. Era el tren más fuerte que había. Vomité dos veces más y pude ver que nadie se molestaba. Que ya no había nadie en mi vida. No volví a la escuela; fui siguiendo lo que el corazón me mandaba. De vez en cuando sollozaba y enjugaba mi rostro en la blusa del uniforme. Nunca más volvería a ver a mi Portuga. Nunca más; él se había ido. Fui caminando, caminando. Paré en la 131