"Faltan pocos días para que lleguen las vacaciones."
La miré para ver si había algún error. Ella sonreía, satisfecha, y sobre la
mesa continuaba vacío el florero.
Vacío, pero con la rosa de la imaginación como ella había dicho. Quizá
porque doña Cecilia Paim no era bonita, muy raramente alguien le llevaba
una flor.
Volví a mi banco, contento con mi frase. Contento porque cuando
llegaran las vacaciones iría a pasear en burro con Portuga.
Después aparecieron otros, decididos a escribir una frase. Pero el héroe
había sido yo.
Alguien pidió permiso para entrar en la clase. Uno que llegaba tarde.
Era Jerónimo. Llegó inquieto y tomó asiento detrás de mí. Colocó los libros
con mucho ruido y comentó algo con su vecino. No presté mucha atención.
Lo que quería era estudiar mucho para llegar a sabio. Pero una palabra de la
conversación susurrada me llamó la atención. Hablaban del Mangaratiba.
-¿Agarró a algún coche?
-Al cochazo aquel tan lindo de don Manuel Valadares.
Me di vuelta, atontado.
-¿Qué fue lo que dijiste?
-Dije eso: que el Mangaratiba agarró al coche del Portugués en el paso
de la calle da Chita. Por eso llegué tarde. El tren despedazó al automóvil.
Había un montón de gente. Llamaron hasta al Cuerpo de bomberos de
Realengo.
Comencé a sudar, frío, y mis ojos amenazaban oscurecerse.
Jerónimo continuaba respondiendo a las preguntas del vecino.
-No sé si murió. No dejaban que ningún chico se aproximara.
Me fui levantando sin sentirlo. Aquel deseo de vomitar me atacó
mientras mi cuerpo estaba mojado de sudor frío. Salí del banco y caminé
hacia la puerta de salida. Ni siquiera reparé bien en el rostro de doña Cecilia
Paim, que había venido a mi encuentro, tal vez asustada por mi palidez.
-¿Qué pasa, Zezé?
Pero no podía responderle. Mis ojos comenzaban a llenarse de
lágrimas. Me entró una locura enorme y comencé a correr; sin pensar en la
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