-Te lo juro, Portuga. Pero pienso que si una persona mayor fuera
conmigo, nadie diría nada.
-Y si esa persona grande fuera yo. . . ¿Es eso lo que quieres?
Mi rostro se iluminó de felicidad.
-Pero tengo que trabajar, hijo.
-A esa hora nunca hay trabajo. En vez de estar conversando o
dormitando en el coche, verías a Tarzan luchando con el leopardo, el yacaré
y los gorilas. ¿Sabes quién trabaja? Frank Merrill.
Pero todavía estaba indeciso.
-Eres un diablillo. Tienes un ardid para todo.
-Son dos horas, apenas. Tú ya eres muy rico, Portuga.
-Entonces, vamos. Pero vamos a pie. Voy a dejar el coche estacionado
en la parada.
Y nos fuimos. Pero en la boletería la empleada dijo que tenía órdenes
terminantes, de no dejarme entrar durante un año.
-Yo me responsabilizo por él. Eso era antes, ahora es muy juicioso.
La empleada me miró y le sonreí. Tomé la entrada, me besé la punta
de los dedos y soplé hacia ella.
7
EL MANGARATIBA
Cuando doña Cecilia Paim preguntó si alguien quería ir al pizarrón a
escribir una frase, pero una frase inventada por el alumno, nadie se animó.
Pensé una cosa y levanté el dedo.
-¿Quieres venir, Zezé?
Salí del banco y me dirigí al pizarrón mientras escuchaba, con orgullo,
su comentario:
-¿Vieron? Nada menos que el más pequeño del grupo.
Yo no alcanzaba bien ni a la mitad del pizarrón. Tomé la tiza y me
esmeré en la letra.
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