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-Tengo que avisarte, Zezé. Para que te vayas acostumbrando. La municipalidad va a ensanchar las calles. Va a rellenar todos los zanjones y avanzar hacia el interior de todas las quintas. -¿Y qué hay con eso? -¿Cómo, tú que eres tan inteligente no entendiste? Al agrandar las calles va a derribar todo lo que está allí. E indicó el lugar donde se hallaba mi planta de naranja-lima. Hice un gesto de llanto. -Estás mintiéndome, ¿verdad, Totoca? -No, es la pura verdad. ¿Pero eres o no eres un hombre? -Sí, lo soy. Pero las lágrimas bajaban cobardemente por mi cara. Me abracé a su barriga, implorando. -Tú vas a estar de mi lado, ¿verdad, Totoca? Voy a juntar mucha gente para hacer una guerra. Nadie va a cortar mi planta de naranja-lima. . . -Está bien. Nosotros no los dejaremos. Y ahora ¿me prestas el dinero? -¿Para qué? -Como no puedes entrar en el cine Bangú, quiero ver una película de Tarzán que están dando. Después te la cuento. Tomé una moneda de quinientos réis y se la entregué, mientras me limpiaba los ojos con los faldones de la camisa. -Quédate con el vuelto. Alcanza para comprar caramelos. . . Volví a mi planta de naranja-lima sin ganas de hablar, acordándome solamente de la película de Tarzán. Yo la había visto anunciada el día anterior. Fui allá y le conté a Portuga. -¿Quieres ir? -Querer, habría querido. . . pero no puedo entrar en el cine Bangú. Le recordé por qué no podía. Se rió. -Esa cabecita