-Hasta allí puedes jugar, porque el río es poco hondo. Para el otro lado,
no, porque es muy profundo Ahora voy a quedarme aquí pescando. Si
quieres quedarte conmigo, no puedes hablar, porque de lo contrario los
peces huyen.
Lo dejé sentado allá y me fui a explorar. Descubrí cosas. ¡Qué lindo era
aquel pedazo de río! Me mojé los pies y vi cantidad de sapitos de aquí para
allá en el agua. Quedé mirando la arena, las piedras y las hojas que eran
empujadas por la corriente. Me acordé de Gloria:
Déjame, fuente, decía
La flor al llorar.
Yo he nacido en el monte,
No me lleves hacia el mar.
Ay, balanceo de mis ramas,
Balanceo de las ramas mías,
Ay, gotas de rocío claras,
Caídas del cielo azul. . .
Y la fuente sonora y fría,
Con un susurro burlón,
Por sobre la arena corría,
Corría llevando a la flor. . .
Gloria tenía razón. Aquello era la cosa más linda del mundo. Lástima
que no pudiera contarle que había visto vivir a la poesía. Si bien no con una
flor, por lo menos con un buen número de hojitas que caían de los árboles e
iban a parar al mar. ¿Sería verdad que el río, ese río, también iba hacia el
mar? Podría preguntárselo al Portuga. Pero, no, eso estorbaría su tarea de
pescador. Pero de la pesca solamente se logró sacar dos "lambaos", que
hasta daba pena haberlos pescado.
El sol estaba bien alto. Mi cara se hallaba encendida de tanto como
jugaba y conversaba con la vida. Fue entonces cuando el Portuga vino hacia
donde me encontraba y me llamó. Fui corriendo como un cabrito,
-Cómo estás de sucio, muchacho.
-Jugué a todo. Me acosté en el suelo. Jugué con el agua...
-Vamos a comer. Pero no puedes comer asi, tan sucio como si fueses
un chanchito. Vamos, desvístete y te bañas en aquel lugar poco hondo.
Pero me quedé indeciso, sin querer obedecer.
-No sé nadar.
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