-¡Qué lindo! ¡Qué lugar más lindo! Cuando me encuentre con Buck
Jones le voy a decir que las campiñas y planicies suyas no le llegan a los
pies a las nuestras.
Me acarició la cabeza.
-Así te quiero ver siempre. Viviendo los buenos sueños y no con
embustes en la cabeza.
Bajamos del coche y le ayudé a descargar las cosas hasta la sombra de
los árboles.
-¿Vienes siempre solo aquí, Portuga?
-Casi siempre. ¿Ves? También tengo un árbol.
-¿Cómo se llama, Portuga? Quien tiene un árbol así de grande, ha de
bautizarlo. El pensó, sonrió y pensó.
-Es un secreto mío, pero te lo voy a decir. Se llama Reina Carlota.
-Y ella ¿habla contigo?
-Hablar, no habla. Porque una reina nunca habla directamente con sus
súbditos. Pero yo siempre la trato de "Majestad".
-¿Qué quiere decir súbditos?
-Forman el pueblo que obedece a lo que manda la reina.
-¿Y yo voy a ser súbdito tuyo?
Soltó una carcajada tan fuerte que levantó viento en la hierba.
-No, porque no soy rey y no mando nada. Yo siempre te pediré las
cosas.
-Pero tú podrías ser rey. Tienes todo para serlo. Todo rey es gordo,
como tú. El rey de copas, el de espadas, el de bastos y el de oros. Todos los
reyes de la baraja son lindos como tú, Portuga.
-Vamos. Vamos con el trabajo; si no con esta conversación tan larga no
pescaremos nada.
Tomó una caña de pescar, una lata en la que tenía un montón de
gusanos, se quitó los zapatos y el chaleco. Sin el chaleco resultaba todavía
más gordo. Señaló el río
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