Una vez Dindinha había dicho que la alegría es "un sol brillante dentro del
corazón". Porque el sol lo iluminaba todo de felicidad. Si eso era verdad,
dentro de mi pecho un sol lo embellecía todo...
Volvimos a conversar sobre ciertas cosas, mientras el coche se
deslizaba sin ningún apuro. Hasta parecía que él también quería escuchar la
conversación.
-Es cierto, cuando estás conmigo eres una seda y muy buenito. Dices
que tu maestra... ¿cómo se llama?...
-Doña Cecilia Paim. ¿Sabes que ella tiene una manchita blanca en uno
de los ojos?
Se rió.
-Pues doña Cecilia Paim, según me dijiste, no creería en nada de lo que
haces fuera de las clases. Con tu hermanito y con Gloria eres bueno.
Entonces, ¿por que cambias así?
-Eso es lo que no sé. Solamente sé que todo lo que hago termina en
travesura. Toda la calle conoce mi maldad. Parece que el diablo anda
soplándome cosas al oído. Si no fuera así, no inventaría tanta travesura,
como dice tío Edmundo. ¿Sabes lo que hice una vez con tío Edmundo?
¿Nunca te lo conté?
-No me lo contaste.
-Mira, hace ya como seis meses. Recibió una hamaca-red del Norte e
hizo alardes. No dejaba que nadie se hamacara en la red, el muy hijo de
puta...
-¿Qué dijiste?
-Bueno, el miserable; cuando terminaba de dormir, la desarmaba y la
llevaba debajo del brazo. Como si uno le fuera a sacar un pedazo. Un día fui
a casa de Dindinha y ella no me vio entrar. Debía de estar con los anteojos
en la punta de la nariz, leyendo los avisos. Di vuelta a la casa. Miré las
guayaberas, y nada. En eso vi a tío Edmundo roncando en la red armada
entre la cerca y un tronco de naranjo; roncaba como un cerdo, con la boca
medio blanda y abierta. El diario había caído al suelo. Entonces el diablo me
dijo una cosa y vi que tenía una caja con fósforos dentro del bolsillo. Rompí
una tira de papel sin hacer ruido. Junté las otras hojas del diario y les prendí
fuego. Cuando aparecieron las llamas bien debajo del...
Hice una pausa y pregunté seriamente:
-Portuga, ¿puedo decir traste?
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