Me fue dominando una debilidad tan grande que apenas conseguí llegar
cerca de sus espaldas. Quien dio la alarma fue don Ladislao:
-¡Portuga, mira quién está ahí!
Se dio vuelta despacio y su rostro se abrió en una sonrisa de felicidad.
Abrió los brazos y me apretó largamente.
-Mi corazón estaba diciéndome que vendrías hoy. Después me miró un
cierto tiempo.
-Entonces, fugitivo, ¿dónde estuviste todo este tiempo?
-Estuve muy enfermo. Empujó una silla.
-Siéntate.
Chasqueó con los dedos, llamando al mozo, que ya sabía lo que me
gustaba. Pero cuando trajo el refresco y las galletas, ni los toqué. Apoyé la
cabeza sobre los brazos y así me quedé, sintiéndome débil y triste.
-¿No quieres?
Como no respondiera, el