-¡Sal de aquí, cobarde!
-¿No escuchaste lo que estaba insultando?
-El no estaba haciendo nada. Ustedes lo provocaron. Cuando yo salí,
estaba quietecito haciendo su globo. Ustedes no tienen corazón. ¿Cómo se
le puede pegar así a un hermano?
Y mientras me limpiaba la sangre, escupí en la palangana un pedazo de
diente. ¡Aquello echó fuego al volcán!
-¡Mira lo que hiciste, sinvergüenza! Cuando quieres pelear tienes miedo
y lo llamas a él. ¡Cobardón! Con nueve años y todavía meando la cama. Voy
a mostrarle a todo el mundo tu colchón y tus pantalones mojados, que andas
escondiendo en el cajón todas las mañanas.
Después echó a todo el mundo afuera del dormitorio y atrancó la puerta.
Encendió la luz porque ya la noche era completa. Me sacó la camisa y fue
lavando las manchas y las heridas de mi cuerpo.
-¿Te duele, Gum?
-Esta vez está doliendo mucho.
-Voy a hacerlo despacito, mi diablito querido. Pero necesito que te
quedes de espaldas un rato para secarte; si no la ropa se te va a pegar y va
a dolerte.
Pero lo que más me dolía era la cara. Dolía de dolor y rabia ante tanta
maldad sin motivo.
Después que las cosas mejoraron, ella se acostó a mi lado