Comenzó a oscurecer rápidamente y yo trabajaba. La Fábrica hizo
sonar el silbato. Había que apurarse. Jandira ya estaba colocando los platos
en la mesa. Tenía la manía de darnos de comer más temprano, para que
luego no molestásemos a los mayores.
-¡Zezé!... ¡Luis!...
El grito fue tan fuerte como si uno estuviera allá por los lados del
Murundu. Bajé a Luis y le dije:
-Anda primero, que ya voy yo.
-¡Zezé!... ¡Ven en seguida o vas a ver!
-¡Ya voy!
La diabla estaba de mal humor. Debía de haberse peleado con alguno
de sus festejantes. El de la punta o el del comienzo de la calle.
Ahora, como si fuese a propósito, la cola estaba secándose y la harina
se pegaba en los dedos, dificultando el trabajo.
El grito llegó más fuerte. Y casi no había luz para mi trabajo.
-¡Zezé!...
Listo. Estaba perdido. Ella venía de allá furiosa.
-¿Piensas que soy tu sirvienta? Ven a comer en seguida.
Entró violentamente en la sala y me agarró de las orejas. Me fue
arrastrando hasta el comedor y me tiró contra la mesa. Entonces me enojé.
-No como. No como. ¡No como! Quiero acabar de hacer mi globo.
Me escapé y volví corriendo hacia el lugar de antes.
Ella se volvió hecha una fiera. En vez de avanzar hacia mí, caminó en
dirección a la mesa. Y era una vez un bello sueño. Mi globo inacabado se
trasformó en tiras rotas. No satisfecha con eso (tan grande fue mi sorpresa,
que no hice nada), me agarró por las piernas y por los brazos y me tiró en
medio del comedor.
-Cuando yo hablo es para que se me obedezca.
El diablo se soltó adentro de mí. La rebelión estalló como un ventarrón.
Al comienzo fue una simple andanada.
-¿Sabes lo que eres? ¡Una puta!
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