Test Drive | Page 101

Desde entonces la idea de mi globo no me salió ya de la cabeza. Tenía que ser "mi" globo. Imaginaba la sorpresa del Portuga cuando le contara mi proeza; la admiración de Xururuca cuando viese el globo balanceándose en mis manos. Dominado por la idea, me llené los bolsillos de bolitas y algunas figuritas repetidas y gané el mundo de la calle. Iba a venderlas lo más barato posible para poder comprar, por lo menos, dos hojas de papel de seda. -¡A ver, gente! Cinco bolitas por diez centavos. ¡Nuevas como si fuesen del negocio! Y nada. -Diez figuritas por diez centavos: ustedes no podrán comprarlas ni en la tienda de doña Lota. Nada. Toda la mocosada estaba completamente sin dinero. Fui a la calle del Progreso, de arriba para abajo, ofreciendo mi mercadería. Visité la calle Barón de Capanema casi trotando, ¡pero, nada! ¿Y si fuese a casa de Dindinha? Fui allá, pero ella no se interesó. -No quiero comprar figuritas ni bolitas. Es mejor que las guardes. Porque mañana vas a venir a pedirme para comprar otras. Seguramente que Dindinha andaba sin dinero. Volví a la calle y miré mis piernas. Estaban sucias de tanto juntar tierra de la calle. Miré el sol, que ya comenzaba a bajar. Fue cuando sucedió el milagro. -¡Zezé! ¡Zezé! Era Biriquinho, que venía corriendo como un loco en mi dirección. -Anduve buscándote por todas partes. ¿Estás vendiendo? Sacudí los bolsillos haciendo balancear las bolitas. -Vamos a sentarnos. Nos sentamos al mismo tiempo y desparramé en el suelo la mercadería. -¿Cuánto? -Cinco bolitas por diez centavos, y diez figuritas por el mismo precio. -Es caro. 101