Desde entonces la idea de mi globo no me salió ya de la cabeza. Tenía
que ser "mi" globo. Imaginaba la sorpresa del Portuga cuando le contara mi
proeza; la admiración de Xururuca cuando viese el globo balanceándose en
mis manos.
Dominado por la idea, me llené los bolsillos de bolitas y algunas figuritas
repetidas y gané el mundo de la calle. Iba a venderlas lo más barato posible
para poder comprar, por lo menos, dos hojas de papel de seda.
-¡A ver, gente! Cinco bolitas por diez centavos. ¡Nuevas como si fuesen
del negocio!
Y nada.
-Diez figuritas por diez centavos: ustedes no podrán comprarlas ni en la
tienda de doña Lota.
Nada. Toda la mocosada estaba completamente sin dinero. Fui a la
calle del Progreso, de arriba para abajo, ofreciendo mi mercadería. Visité la
calle Barón de Capanema casi trotando, ¡pero, nada! ¿Y si fuese a casa de
Dindinha? Fui allá, pero ella no se interesó.
-No quiero comprar figuritas ni bolitas. Es mejor que las guardes.
Porque mañana vas a venir a pedirme para comprar otras.
Seguramente que Dindinha andaba sin dinero.
Volví a la calle y miré mis piernas. Estaban sucias de tanto juntar tierra
de la calle. Miré el sol, que ya comenzaba a bajar. Fue cuando sucedió el
milagro.
-¡Zezé! ¡Zezé!
Era Biriquinho, que venía corriendo como un loco en mi dirección.
-Anduve buscándote por todas partes. ¿Estás vendiendo?
Sacudí los bolsillos haciendo balancear las bolitas.
-Vamos a sentarnos.
Nos sentamos al mismo tiempo y desparramé en el suelo la mercadería.
-¿Cuánto?
-Cinco bolitas por diez centavos, y diez figuritas por el mismo precio.
-Es caro.
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