En una tarde de ocio, mientras miraba los premios Ariel del presente año, quedé
fascinada por el discurso de Isabela Vega. En dicha entrega los premiados aprovechaban el
micrófono para hacer denuncias sociales por encima de sus agradecimientos
estandarizados; sabemos que en México existe un escaso apoyo a la producción artística,
así como a los derechos de salud, al deporte, y a otros tantos supuestos básicos que
deberían sostener una sociedad. Esta mujer de la que les hablo, expresó denuncias a
diferentes niveles, desde la pertenencia identitaria como una gran familia al interior del cine
mexicano, pasando por la inseguridad que se vive en nuestro país y que nos deja temerosos
de salir a la calle, hasta hacer pública esta dolencia en nuestro lenguaje. No recuerdo la
frase exacta, pero justamente se preguntaba por qué hay tantas palabras en desuso, como
la ética, como la dignidad, la compasión. Palabras que estaban en la expresión común y que
han sido destituidas por otras (que no quiero decir, pero ya lo estoy diciendo: mucho más
vacías). ¿Es que hemos dejado de sentir estas emociones por no poder nombrarlas? ¿Dónde
están cuando el corazón palpita de manera inexplicable?
Entonces me pregunto ¿desde dónde escucho en la clínica? Si realmente estoy
pudiendo leer estas nuevas formas comunicativas o si acaso la sensación de muchos
pacientes sobre la ausencia de sentido, tiene que ver con el olvido de palabras que
designaban emociones que permitían enunciar y por tanto darles existencia. ¿Será que al
no poder nombrarlas no hemos podido reducir la angustia que vive detrás?
¿Cómo pensar-nos en un país donde lo desaparecido se normaliza? ¿Qué
compromiso tenemos los psicoanalistas frente a estas lagunas de sentido que marcan el
discurso social y que configuran también un modo de ejercer nuestro oficio? ¿A dónde
apunta nuestra escucha sobre la palabra singular cuando está siendo oprimida por la lógica
del olvido y la represión?
Esto es lo que tenemos que aprender a escuchar, y esto no depende de un asunto
de técnica psicoanalítica, si contestar o no un inbox de Facebook a un pedido de cita para
psicoanálisis. Nuestra tarea es pensar metapsicológicamente la clínica desde los nuevos
malestares y las nuevas formas de enunciación. Es decir, cuestionar el lugar de la pantalla
que rige nuestras vidas, no sólo en términos psicoanalíticos y sobre lo especular y el resto
de este intermediario, sino en términos del verdadero lenguaje contemporáneo que nos
configura en el día a día. Dice Colina en su texto Melancolía y Paranoia (2011): La lengua es
el caparazón lingüístico que reboza la realidad para volverla cognoscible, de forma que,
cuando se resquebraja, las cosas dejan de estar en su sitio natural y se descolocan o avanzan
hacia uno cargadas de una oscuridad inefable y enigmática.
Sigo pensando en las instituciones que nos rigen hoy, y en los valores que se
persiguen. ¿Cuáles resultan ya insostenibles? Si el lenguaje era el primer cómplice desde
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