Bailar el tango es una cosa íntima
El secreto líquido que fluye de los bandoneones, el temblor del piano o el
golpe del contrabajo, marcan el compás. La clave está ahí: EN EL
COMPÁS. Por eso no es lo mismo bailar a Pugliese que a D’Arienzo, a Di
Sarli que a Troilo. Cada oreja registra a su instrumento “llamador”. El
piano incomparable de Goñi, o el de Di Sarli, Pugliese, Polito, Salamanca
o Biagi, han sido referencia para muchos de nosotros en la pista. A otros
los guía el contrabajo o el portamento de los fueyes, o se encienden con
la misa grave de los violines.
Aquellas orquestas del 40 que nacen con el aldabonazo de D’Arienzo en
el 35, supieron interpretar lo que pasaba en el alma de los bailarines y
los llevaron en andas por el piso encerado o el embaldosado. El ritmo
pícaro, retozón del 2x4, el tango-milonga del Cachafaz, se transforma
con el despegue de las grandes formaciones del 40 en las que el cantor
es un instrumento más de la orquesta, convirtiéndose en el 4x4, que
lleva a los bailarines hacia un estilo más pausado, elegante y con menos
firuletes.
El tango es una gran fiesta, con el pueblo anonimado participando
masivamente y poetas y compositores impregnando la música porteña
de hermosas melodías y poemas imperecederos que se canturrean en los
conventillos, fábricas y suburbios, y se silban en el adoquinado porteño.
Infinidad de orquestas típicas surgen y las interpretaciones alcanzan
cumbres de belleza, artísticas maravillosas e insuperadas.
Muchos investigadores sostienen que en una época los hombres bailaban
el tango entre ellos, pero es sólo una media verdad. Lo real es que, en
los clubes sociales de barrio, los muchachos practicaban por las noches
con los amigos de la barra para ensayar nuevos pasos, pues las chicas
no podían ingresar en ese territorio debido a los mandatos paternos. Los
novatos hacían de mujer y así aprendíamos de los mayores y expertos el
arte de llevar, marcar, caminar y distinguir el ritmo de cada orquesta, en
dichas prácticas. Las Academias era un par solamente y allí no iban los
futuros milongueros.
En mi barrio de Parque Patricios existían clubes de ese estilo cada 3 o 4
cuadras, en los años 50. El Sportivo Charleston de mis primeros pasos
con 14 años, Alianza, Uspallata, La canchita, El Brístol, El Paciencia, eran
un improvisado semillero de milongueros que apuntaban como destino
inmediato las hermosas pistas del club Atlético Huracán, en la Avenida
Caseros, una de las grandes milongas de los años 50.
Los bailarines de cada barrio tenían su estilo y eso se reflejaba cuando