Tango y Cultura Popular ® N° 165 | Página 27

llegaban las barras de Pompeya, Boedo, Soldati, San Telmo, Flores, Almagro, San Cristóbal, o de otros vecindarios porteños. Buenos Aires se había convertido mágicamente en una enorme pista y la veleta de la evolución apuntaba dos maneras de bailar: el tango Milonguero (que entonces no tenía apellido), de caminata y creación, y el tango derecho o “liso” de los barrios de clase media alta y alta, donde prácticamente no existían las figuras y adornos. Gimnasia y Esgrima o el club Italiano eran escenario de estos bailarines. Incluso en provincias se bailaba así. Los que ovillaban la esencia milonguera estaban en los templos tangueros: Oeste, Sp. Buenos Aires, Huracán, Villa Sahores, Sin Rumbo, Social Rivadavia, Atlanta, Pinocho, Glorias argentinas, Villa Malcolm, Sp. Pereyra, Pista de Lima, Palacio Rivadavia, Estrella de Oriente, Unidos de Pompeya, Unione e Benevolenza, y tantos otros a lo largo y ancho de la geografía porteña. Los recorrí casi todos en mi travesía milonguera, incluso las Confiterías del centro, más tarde. En esos retablos que convocaron muchedumbres y bailamos en vivo con las grandes orquestas en el escenario, se acuñaron los códigos de la tanguedad, trasladándose a sucesivas generaciones que reivindicarían su sello: "Made in Argentina". José María Otero (Extractado de una nota mía ("Porteño y bailarín") publicada en la revista Sucesos Argentinos)