El Tango crece o muere
Los maestros somos una fábrica de hacer maestros y aspirantes al
escenario, pero no formamos bailarines de pista, ésta es una rara
especie en extinción ya que los viejos milongueros son casi todos
mayores de 50 años.
Es bueno que los maestros formen maestros, pero que hagan bailar al
resto, porque sino quedamos solamente los capitanes y el barco se
hunde.
Los salones debieran llenarse, una danza popular debe ser bailada
popularmente y no en élites privilegiadas, porque éstas son excelentes
para ser admiradas en el escenario, pero no copiadas en los salones.
Enseñemos a caminar el tango, enseñemos pasos para manejar el
espacio, no secuencias para romperlo, pasos para interpretar
rítmicamente la música, no para destruirla.
Así se enseñó el tango en Buenos Aires hace algunos decenios, cuando el
tango llenó la noche, las calles y la melancolía porteñas. Así el tango
creció.
La enseñanza debiera respetar las expectativas y limitaciones del
estudiante que quiere bailar y disfrutar. Los maestros deben no sólo
mostrarse sino mostrarles que ellos también pueden, hay que enseñar a
través del placer, sacar las piedras del camino. el maestro tiene miedo de
aburrir si no enseña pasos, entonces lo bombardea con pasos hasta
aburrirlo.
Enseña secuencias que él mismo no realiza en las pistas.
El maestro podría tener muchos alumnos a través de los alumnos que sí
aprendieron a bailar y que invitan y contagian a quienes los ven y a sus
amigos.
El “plato fuerte” del tango es la alegría y la comunicación de cuerpos y
espíritus. Es cierto que “el tango es un sentimiento triste que se baila”,
pero su baile renueva el espíritu, las hormonas y la vida.
Comunicación (marcas), espacio y música debieran aprenderse
simultáneamente en cada paso, como aprenden los chicos, por puro
placer, con permiso a equivocarse, porque sí, para uno mismo y no para
el show.