Solus Ipse
lo único que delataba la existencia de Martha.
Un silencio estático en aquella área donde él
suponía a Martha. Un silencio diferente al silencio de la sala. Y luego ella caminó detrás como
queriendo disimular que lo seguía. Y lo bonito
de Martha, pensó él, acaba de desaparecer. “En
cambio tú, Alicia, en cambio tú...”. Se asomó por
la ventana. La mujer que gritó apareció a su vista. Y parece que a la vista de los niños también ya
que corrieron hacia a ella a enseñarle las flores
que habían agarrado. Ella no hizo el menor gesto de asombro. Los tomó de las manos y los arrastró hacia adentro de la terraza. Ya no pudo
escuchar lo que les dijo. Las flores cayeron sobre
el pasto a decir por el gesto de la niña que quería
soltarse y regresar. “Te esperaré afuera ya que te
decidas a ser una persona y a asumir tu responsabilidad. Alicia está muerta pero en cambio tú
no, y lo que quieren ellos es tu firma y tu dinero.
¿No ves que los muertos todavía necesitan de los
vivos?”, se alejó un poco y antes de salir: “Haz esto
y después puedes ensimismarte y perderte en tu
mente, ¡por favor!, eres lo único que le quedaba a
Alicia.” Martha cerró la puerta y la vio salir; vio su
espalda y su saco largo y blanco y sus botas negras
perderse en el camino en dirección al carro. “Lo
último que queda es tu sombra y no quiero que
se me vaya, Alicia.” Afuera el día clareó. La niebla
fue desapareciendo. Poco a poco. Cuando él salió
las florecillas sobrevivientes a las manos de los
niños ya no eran tan blancas. En cambio las diez
o doce o tal vez quince que estaban amontonadas
como cadáveres en días de peste al borde de la
terraza le parecieron de una vivacidad increíble.
Salió en dirección contraria a Martha para tomar
un taxi. Decidió no firmar ni asistir al entierro ni
escuchar los pésames pues aquello que enterrasen
nada tenía que ver con la Alicia que él tanto amó. Y
sus sentimientos estaban por encima del mundo.
Benjamín Torres
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