Lo que queda
Lo que queda
“ Tras el fuego o el entierro tu sombra es la que se me va.”, pensó cuando le notificaron la muerte de Alicia. Parado frente a la ventana se lo dijeron:“ Alicia murió, ya está, no queda más que sufrir.” Le llegaba el sonido como le llegaban las imágenes, pero no las procesaba. En cambio no podía dejar de pensar.“ Se me ha ido tu cuerpo y tu alma, Alicia, luego se me irá tu sombra.” Afuera unos niños recogían pequeñas florecillas blancas. Era un día nublado y había dejado de llover después de una noche intensa. El pasto donde jugaban los niños estaba cubierto de lodo y rocío. Aquellas flores eran producto de la tormenta.“ Necesito que firmes los papeles para transportar el cuerpo y hacer los preparativos para el funeral.”, le repetían en el oído y él no giraba. Podría haber visto el rostro de Martha a través del reflejo del cristal, pero en cambio veía a los dos niños. La niña, con una bufanda azul y un gorro verde y unos guantes morados, parecía guiar la expedición; el niño, de unos dos años menor que ella, con una chamarra tinta, la perseguía por aquí y por allá, corriendo a través del verde y más verde campo. La niebla invadía el paisaje. Venía de lejos, de un lugar inconcebible puesto que la niebla surge de la atmosfera y podríamos decir que viene de la nada. El caso es que venía como un fantasma a todas luces vivo. Los niños ya iban por su quinta flor que iban depositando en los bolsillos de la chamarra del chico.“ Anda, ya ven, sé que es difícil pero en este momento debemos pensar las cosas y después ya podremos llorar largo y tendido, incluso el resto de nuestras vidas.” Él alzó la mano, un gesto ambiguo que ella interpretó como un guarda silencio pero que podía significar un cállate rotundo.“¡ Elizabeth! ¡ Carlos! ¡ Vengan antes de que no los alcancé a ver!”, gritó una señora oculta por la perspectiva. Entonces la niebla chocó con la ventana y ante ese contacto se dispersó como es natural por ambos lados de la estructura y siguió su camino ascendente y rodeó la casa y siguió a través de toda la zona y el pueblo, mientras adentro la visibilidad era total y cruel.“ Ven ya.”, le dijo Martha y su mano sobre su hombro le devolvió a una realidad que él no quería; la apartó y se acercó más hasta tener la cara pegada al vidrio. Bien mirado era como si quisiera besar esa niebla que huía, pero más exacto es decir que la niebla rehuía ese beso. La verdad es que él deseaba ver a través, creer que su mirada era un machete y la niebla una selva espesa que era posible despejar. Se oían las risillas de los niños traviesos pasar de un lado a otro. Los colores de los ropajes contrastaban vivamente ante la pálida atmosfera. Pero lo que más asombraba al hombre eran las florecillas. Era como si una especie de protagonismo las hiciera resaltar a fuerza de voluntad. Salían de los bordes de la tierra al pie de las lápidas.“ Yo firmaré tu sentencia, Alicia, yo firmaré para que desaparezcan tu cuerpo para siempre de este mundo; yo firmaré para convertirte en recuerdo para memoria de los hombres.” Los niños las arrancaban y las colocaban en el bolsillo de la chamarra y perdían su color blanco y la niebla las sustituía pues ya no podían sobresalir.“¡ Vengan ya niños!”, dijo la mujer más fuerte que la primera vez. Los niños se detuvieron para ver de dónde venía la voz. Él también quiso saberlo, así que giró hacia la izquierda y caminó hacia la otra ventana. Sus pasos sonaron sobre el piso de madera. Martha no hizo ningún movimiento; por lo que el silencio fue por un momento
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