SLKS Enero Enero 2013 | Page 16

La primera burbuja financiera de la historia Ruina entre las flores La Crisis de los tulipanes llevó a bancarrota a muchos inversores en la Holanda del siglo XVII. Fue un exceso especulativo que marcó la pauta de todas las burbujas que han venido después. Pagar por una flor lo que cuesta un departamento en el centro de la ciudad suena descabellado. Pero aunque parezca increíble, hasta esos límites llegaron los holandeses del siglo XVII poco antes de que estallara la que se conoce como primera burbuja financiera de la historia: la crisis de los tulipanes. Ogier Ghislaine de Busbecq, embajador de Holanda en Turquía, cayó rendido ante la belleza de unas llamativas flores que rodeaban su residencia en Constantinopla (la actual Estambul). Los coloridos tulipanes de la capital turca le gustaron tanto que los convirtió en regalo oficial: cada vez que regresaba a su metrópoli, agasajaba a lo más granado de la sociedad holandesa con exuberantes ejemplares, novedad exótica cuya exhibición puso de moda una se las familias más ricas de la época, los Fugger, al adornar con ellas sus mansiones de Augsburgo. La belleza se estas flores engatusó, ya no sólo a las clases más adineradas, también a los ciudadanos de clase media. Nadie quería pasar sin tener tulipanes en su ventana... o en su cuenta corriente. Porque, más allá de la flor física, el comercio de bulbos de tulipán se convirtió en un intenso mercado financiero. ¿Por qué Ámsterdam y por qué los tulipanes? En 1620 la Bolsa de Ámsterdam, con apenas 10 años de vida, se había convertido en la más dinámica y concurrida de su época. En ella se negociaban todo tipo de productos, desde acciones de las compañías que comerciaban con América hasta seguros marítimos, pasando por materias primas y por artículos más sofisticados, como arenques, especias, granos e incluso esperma de ballena y sedas italianas. En este contexto, el tulipán y sus bulbos encajaban a la perfección. Por otro lado, en torno a esta flor se dan las claves de lo que los Psicólogos consideran la base de la experiencia especulativa. En los bulbos se combinan el azar, la sencillez y la accesibilidad. Un virus de la época podría convertir un sencillo bulbo en un extraño, admirado y, por tanto, cotizado ejemplar. Además, tener tulipanes era fácil, pues no necesitaban mucho terreno para ser cultivados (incluso una maceta en el alféizar de una ventana era suficiente); y, en contra de lo habitual en la época, no había gremios que controlaran el oficio. Todo ello hacía que su precio no fuera excesivamente alto. Así, las clases medias, a las que resultaba imposible acceder a la especulación con acciones de la Compañía de las Indias, podían permitirse apostar por un bulbo. Euforia económica desatada Los rumores de enriquecimiento con estos productos surcaron Europa; se hablaba de su revalorización no sólo en Holanda, también a París o en la Bretaña francesa. Nadie quería perderse su trozo de pastel: hilanderos, picapedreros, panaderos, campesinos... La demanda disparó los precios, y también la posibilidad de ganar más dinero con los tulipanes. La "tulipomanía" había comenzado y su origen tenía nombre propio. Las crónicas de la época identificaron a Carolus Clusius, un botánico holandés, como la primera persona que pagó un precio exorbitante por un bulbo de tulipán. Él además, se dedicaba a clasificarlos por variedades y precios. La euforia por los tulipanes era una derivada más de la boyante situación monetaria de la Europa Central de la época. El optimismo económico estaba disparado: el comercio se encontraba en su máximo apogeo tras desaparecer la amenaza militar española. La potente Compañía de las