Indias Orientales generaba cuantiosos ingresos
con el comercio con las colonias y el precio de
sus acciones subía como la espuma en, la
Bolsa de Ámsterdam. Como ocurría con la
mayoría de las burbujas posteriores, el costo de
la vivienda también pasaba por un periodo de
subidas desbocadas. La demanda de grandes
mansiones se multiplicaba sin cesar, como
también lo hacía la de tulipanes para decorar
sus envidiables jardines. El comercio con los
bulbos ya no sólo se hacía en la Bolsa de
Ámsterdam, sino que se habían organizado lo
que podrían denominarse bolsas informales que
se improvisaban en concurridas tabernas,
llamadas colegios. En ellas se compraban y
vendían bulbos y derechos de compra de bulbos
para el futuro, al tiempo que se comía y bebía
sin medida. Este intenso comercio disparó los
precios. Así, un bulbo de cuatro ases, uno de
los más simples, pasó de costar 20 florines a
225, en una Holanda en la que la medida
salarial estaba en entre los 200 y los 400
florines al año. Otras variedades, como el
Amarillo Croenen, dispararon su precio hasta
los 1,200 florines. Pero la gran locura se desató
en torno a la variedad Semper Augustos: en
1624 un ejemplar de esta especialidad llegó a
superar los 6,000 florines, que era lo mismo que
costaba una pequeña casa en el centro de la
ciudad de los canales.
La explosión de la burbuja
Mientras los bulbos estuvieron bajo tierra
(finales de 1636 y comienzos de 1637), la
escalada de precios continuó. A su vez,
apareció un mercado de futuros denominado
Windhandel (negocio del viento): los
vendedores prometían entregar un bulbo de
cierto tipo y peso a la primavera siguiente y los
compradores adquirían el derecho a la entrega.
Durante el tiempo de espera, ese derecho
cambiaba de manos innumerables veces y su
precio se multiplicaba en cada transacción. TaL
fue el trapicheo, que la mayoría de las
transacciones se hicieron por bulbos que nunca
llegarían a entregarse porque, sencillamente, no
existía. Eran simples notas de crédito. Un
exceso que sólo unos pocos, los comerciantes
más avezados, supieron detectar a tiempo.
Antes de la primavera, mientras el común del
pueblo se volcaba de lleno en la compra o
apuestas por los bulbos, los ricos coleccionistas
dejaron de pagar esas desorbitadas cantidades
y empezaron a vender sus participaciones. La
locura se quebró para todos los demás cuando
llegó el momento de entregar los tulipanes. El
día clave fuel el 5 de febrero de 1637. Un rumor
se extendió a lo largo del mercado de Haarlem
(el centro del negocio de las flores): no había
nadie dispuesto a comprar bulbos. Las órdenes
de venta corrieron por toda Ámsterdam, con el
precio cayendo en picada y los propietarios
desesperados por vender a toda costa.
Así nació la especulación
Los holandeses estructuraron el tradicional
intercambio de bienes y servicios en torno al
afán de lucro. A comienzos del siglo XVll se
empezaron a emitir acciones de la Compañía
de las Indias Orientales y, para
popularizarlas, se inventaron las acciones
Ducaton, valoradas en un décimo del valor
de la acción normal; así, los pequeños
ahorradores podían acceder a un mercado
hasta entonces exclusivo de las grandes
fortunas. También surgieron los primeros
productos financieros derivados (contratos
que derivan su valor de un activo
subyacente). Pero lo más peligroso fue que
se permitió a los inversores tomar acciones
prestadas por hasta cuatro quintos de su
valor de mercado. De este modo, se podía
apostar a la bajada de precio de las mismas,
recomprarlas baratas y embolsarse la
diferencia. Esta práctica, hoy denominada
posiciones cortas, ha sido prohibida en
varias ocasiones porque distorsiona los
mercados.