vez son más comunes. Junto al transporte nos esperaba una mujer. En la relativa lejanía se
distinguía que era rubia y casi tan alta como los alzakim. Nos aproximábamos. Ella iba vestida con
una camisa blanca, con la banda negra en su brazo, que albergaba ese omnipresente símbolo, y
una falda negra que le cubría un poco más que las rodillas. Su brazo derecho, el mismo en el que
se encontraba la banda, sujetaba una libreta, no dejaba de leerla. Cuando llegamos y estuve cara a
cara con ella, pude comprobar que era una alta elfa. Sus afiladas orejas y piel, de un ligero tono
amarillo, la delataban; por no hablar de su altura. Sus enormes ojos también amarillos me miraron
de arriba abajo. Cogió aire y abrió un poco la boca durante el instante que tardó en mirarme. Iba a
hablar, seguramente presentarse, pero al verme pareció que se le olvidó de lo que iba a decir,
supuse que por el pantalón sucio y raído, y la camisa manchada, arrugada y arremangada que
llevaba, por no hablar de los zapatos desatados que llevaba en ese momento. En realidad no
debería sorprenderse.
La chica dio la vuelta al aparato, abrió la puerta del otro lado de la máquina. Ploc, sonó al apretar
el gatillo que la abre. Entró apresurada como si hubiese visto un fantasma.
-Por favor, entre.- Me dijo el oficial con esa máscara de simpatía. Su boca parecía un puente
puesto patas arriba y sus párpados superiores estaban calmados, al contrario que los músculos de
su cara, más tensos que la cuerda de un arco. Entramos en el vehículo a la vez.
El interior era claustrofóbico. Las paredes y el techo eran metálicos; de no ser por los cuatro
asientos, eso parecería un horno con seis ventanas alrededor. En los dos asientos de delante se
encontraba el uniformado, el cual se acababa de quitar la gorra para peinarse con su enguantada
mano; no se la puso de nuevo. Justo a su lado se encontraba lo que yo interpreté como el chófer;
no conseguí verle ni una insignia serpenteante en ningún sitio de su indumentaria. De hecho, no
era un alzakim a pesar de ser también un elfo. Su piel era más morena, su cabello era marrón,
igual que sus ojos, por lo que pude ver a través del reflejo del espejo retrovisor. Sus orejas, a
diferencia que las de los altos elfos, no recordaba a la forma de una flecha estirada, sino que más
bien constaba del lado superior recto y el inferior ligeramente curvado en la parte más lejana de la
punta; recordaba la forma cortada por la mitad de una gota. Definitivamente el hombre que había
al volante era un tulkim, un elfo del bosque. Sin tan solo mirar a su alrededor y comprobar que
estuviésemos todos, el elfo del bosque giró unas válvulas colocadas justo detrás del volante. Giró la