Skapa't | Page 23

16 de febrero- “Red Rubber Ball” “¿Qué harías en una primera cita?” Recordaba esta pregunta, como una daga en mi columna, una chica tiempo atrás me hizo esta pregunta, ¿sobre qué contexto? Adivínalo, no es difícil. Mi respuesta fue directa y con el corazón, en otras palabras, simple: “iría a dar una vuelta con ella” dije yo, a lo que se me replicó, “¡qué cutre!” Por supuesto, esa no era mi última palabra así que contesté: “Es que a mí me da igual adónde ir, siempre que esté ella” ¿Adivinas qué respondió? Un segundo y sonoro “Qué cutre”. El romanticismo ha muerto. ¡Voto al diablo!, que nerviosos estaba, después de días de encontrármela sin cesar por fin había conseguido su número, y ¡habíamos quedado!, una cita con ella, estaba tan nervioso, eran las cuatro de la tarde ¡y yo llevaba desde las dos buscando algo que ponerme! Por suerte todo lo demás estaba bien: los pájaros cantaban como si el verano se hubiese adelantado y ellos disfrutasen de un agradable día, el cielo azul claro hacia resaltar las nubes blancas de algodón fino y eran coronadas, por una gran y brillante ¡bola de basura roja! “como la canción”, pensé. Por suerte, no tuve demasiado tiempo de buscarle sentido a eso. Ella ya llegaba, bella y dulce, con su halo invernal y un increíble, asombroso y adorable vestido azul con volantes blancos. Caminamos durante horas y solo hablábamos. Hablar con ella era fácil, no tenía que esforzarme en ser otro, ni gritar, solo hablar, con mi voz interior, sin una falsa, con mi corazón. Ella era dulce y adorable hasta hablando, no la escuché hablar mal de nadie y cuando se quejaba de una persona, casi parecía que lo hacía de mala gana, pero tenía carácter, sabía perfectamente que le gustaba y que no -y no me refiero a esa clase de cosas.- veía ropa y le gustaban los vestidos, las botas, pero solo en invierno me decía, los zapatos de colores o graciosos, las camisetas de manga corta con dibujos, si no tenían estampados o dibujos no le gustaban. Hacia el ocaso estábamos en la playa, caminando y hablando, pero a ella, le dolían los pies y nos sentamos a ver el sol huir ante la llegada de su amante, en constante búsqueda, la luna. Estuvimos en silencio largo rato, hasta que ella lo cortó con una pregunta; ojalá la hubiese escuchado, solo podía mirar sus ojos de color azul celeste, claros y perfectos; me hizo una segunda pregunta, que sí que escuché: “¿Tengo monos en la cara?” preguntó ella, “No lo sé, no podría verlos, tus ojos me distraerían” conteste. Ella se ruborizó ligeramente pero, aún así, sus ojos me tenían preso, sus ojos brillaban como el mar de oriente de tal manera que empañaban el de poniente haciendo que pareciese un charco de barro en comparación con esas dos perlas azules que me miraban entre coquetas y divertidas, tímidas y picaras. Más tarde la acompañé hasta su casa. Cada paso era una apuñalada certera que casi se asemejaba a un estilete saliendo y entrando en mis costillas, y no era por el cansancio sino porque cada paso me acercaba a tener que despedirme de ella. Al llegar a la