Desde el vidrio empañado he observado como poco a poco la tierra se iba transformando
en barro.
Me he pasado toda la tarde escribiendo con el sonoro ruido de la lluvia y con el calor de la
hoguera.
A la hora de acostarme, la tormenta ha aflojado. De nuevo, solamente chispeaba.
Las nubes se han cansado de llorar.
7 de agosto del 2020
Querido diario,
Los tres últimos días no ha hecho más que llover. Incluso los peces de la laguna se han
cansado de tanta agua. Por lo menos, hoy el día me ha respetado y me ha permitido salir
de lo que por entonces consideraba una cárcel. La cárcel más bonita del universo. Pero
incluso en la mejor cárcel, estás prisionero. Y así, sin ningún medio de comunicación, es
como me he sentido yo en estos pasados tres días.
A las nueve en punto, aprovechando el buen tiempo, he cogido la bicicleta y me he ido a
visitar los hermosos alrededores. Da gusto pasear si tienes tal paisaje al alcance de tus
ojos. Supongo que eso de ser una mujer de ciudad te da un pequeño empujón para
decidirte a salir de casa.
He contemplado una enorme variedad de flores de distintos colores y de hierbas
aromáticas. Ha habido un momento en el que me he pinchado con un rosal, pero la
pequeña gota de sangre ha valido la pena si, de ella, brota una gran y bonita rosa.
Me he llevado una botella de agua y algunas chocolatinas por si me entraba hambre. Con el
ejercicio, nunca se sabe.
Aunque hoy ha hecho un poco más de frío que otros días, hasta las tres de la tarde no he
vuelto a casa. Por fin me he sentido libre de nuevo. Volver a sentir el aire en mi cara ha
sido una sensación única.
Para comer me he preparado una ensalada. De esta manera he compensado las tres
chocolatinas que me he comido y, después, me he puesto manos a la obra con la novela.
A media tarde he cogido la caña de pescar que me regaló mi abuelo y la he lanzado con
todas mis fuerzas al lago. Las truchas no han tardado ni cinco minutos en quedar
atrapadas en el anzuelo. Esa sensación de superioridad hacia los animales más pequeños