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NOCHE, SANGRE Y PÓLVORA

Capítulo 2 -Orejas puntiagudas

La luna brillaba por su ausencia esa noche, mi mirada se perdía más allá del cristal de la ventana, en la calle, donde no había absolutamente nadie ya que el toque de queda llevaba vigente muchas horas; no sé cuántas, solo sé que desde que se puso el sol, y eso tampoco lo sé con seguridad. De vez en cuando se veían guardias paseando por las calles nocturnas, hablando entre ellos con su idioma feo e incomprensible, que hace que cualquiera que no sea un alto elfo se pregunte cómo se entienden entre ellos mismos. Ahí estaban, metidos en ese uniforme protagonista de tantas calamidades, de un color confuso entre el amarillo y el pardo, con un casco protegiéndoles la cabeza que parece una especie de cangrejo intentando comerles sus cabezas, adornado con un llamativo pincho justo en el centro y que contrasta su color plateado con el del casco, que era el mismo del uniforme.

Fue entonces cuando alguien llamó a la puerta de mi alojamiento; pensé en el casero, pero un alzakim que se precie no se arriesga a violar el toque de queda para despertar a un inquilino para un asunto que no llegué a imaginar. En mi cabeza llovían ideas, todas disparatadas y pocas racionales. Dudé si moverme de mi sitio al lado del frío de la ventana, pero me decidí a caminar hacia la puerta de madera que me separaba del exterior. Mis pasos lentos resonaban por toda la casa, y maldecía cada uno por si quien quiera que fuese el que se encontrase al otro lado del tablón de madera que era la puerta, lo escuchara. Me situé en el umbral, y un nombre destacó entre aquella masa de pensamientos sin razón aparente; lo mencionaron mis labios, moviéndose, hablando sin hablar. La palabra Rose fue recitada en silencio. Una sensación extraña me invadió después de haber dicho y pensado su nombre casi de manera maquinal, fue como si un hada diminuta se hubiese metido en mi revuelta cabeza y destacase de alguna manera la palabra. Con la intriga y la tensión hasta la médula, extendí mi brazo con tal lentitud que parecería que llevase algún tipo de cadenas pesantes agarradas a este. Mis dedos se abrieron delante del cerrojo, de pulgar a meñique, en ese orden, pero casi simultáneamente y con el mismo fenómeno ocurrido en el brazo. Giré la esfera de metal oxidado que era el pomo y tiré hacia mí abriendo la puerta de una vez por todas. Justo como una profecía, ella apareció al otro lado; era Rose. Se la veía alterada; sus ojos congelantes se clavaron en los míos y por esa mirada no cabía duda de que algo malo pasaba.

-Tenemos que irnos.-Dijo al instante.

-¿Qué ocurre?

-Están aquí

-¿Estás segura?

-En realidad no, pero no es seguro estar aquí...O sea...Menos seguro aún.