EL CIRCO
Siempre que piensas en un circo, imágenes de payasos, magos y acróbatas cruzan tu mente acompañadas de la típica y pegadiza cancioncilla que suena en las ferias y circos.
Todos acudían a ver los espectáculos para pasar un buen rato, divertirse, cantar, reír… Y luego volvían a casa con el estómago lleno de algodón de azúcar y las mejillas doloridas de tantas carcajadas. Pero corre la leyenda de un circo del cual, tras entrar, jamás podías salir.
A las afueras de un pequeño pero risueño pueblo del sur de los Estados Unidos llamado Coven, había instalada una enorme carpa roja y amarilla. Desde lejos, parecía una carpa como otra cualquiera, pero a medida que te ibas acercando, algo te decía que debías huir de allí tan rápido como pudieses.
La abertura principal, por donde entraban los contados clientes, era grande y con forma de boca. Tenía incluso dientes que, después de cerrarse, no volvían a abrirse hasta el próximo espectáculo.
Aquel no era un circo que colgase propaganda para atraer a la clientela pero, aún así, la gente se sentía atraída por el misterio que envolvía todo el complejo. Miles de preguntas cruzaban las mentes de los hombres, mujeres y niños que se acercaban, pero las ignoraban por la enorme tentación que los consumía.
Al percatarse de que quien entraba, no salía, empezaron las sospechas y denuncias. Pero nada funcionó.
Una noche, todo el pueblo de Coven fue al circo a pedir explicaciones. Se acercaron a las malezas, vieron la luz encendida salir a través de los dientes y entraron. Después de aquello, las puertas se cerraron, y Coven se convirtió en el primer pueblo fantasma de los Estados Unidos.
Corre el rumor que, si te acercas a las malezas del sud de los Estados Unidos, escuchas música de circo y gritos angustiados.
Judit Ramos
4t C