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FUEGO FATUO

A mí me han contado mil y una historias sin respuesta, pero solo una puedo verificaros que una es más cierta que mi propia existencia.

La historia remonta aquellos años en los que a mí aún me dejaban descansar y poder leer historias fantásticas sin que me enviasen a entrenar para ser caballero. Alicia, mi hermana menor, era todo lo contrario a mí; si yo deseaba que el juglar tocara una canción de amor, ella quería que cantara una sobre las Guerras Púnicas, huía de las clases de coser, y cuando podía practicaba ella sola con un palo en mano, simulando ser aquellos caballeros que tanto admiraba.

Un buen día, después de salir de mis clases, Alicia vino corriendo hacia mí con una gran sonrisa en la boca. Tanía las manos cerradas, como si guardaran algo en su interior. Pero cuando las abrió no había nada dentro. Su cara se transformó y dijo que la acompañara, que dentro del bosque había encontrado un monasterio muy bonito con fuegos fatuos. En ese momento, no le presté atención ya que no creía en esas bobadas. Le dije que fuera sola, que era una mentira como una casa.

-Lo que te ocurre es que tienes miedo de entrar en el bosque. Mira que ser más miedoso que tu hermana menor.- Me dijo con tono burlón.

-Pues si tan valiente eres, ve por la noche, así los fuegos fatuos brillarán más.

Mi hermana me hizo caso, y esa misma noche se fue.

Pasaron las horas y Alicia no volvía, cosa que a todos nos preocupó. La mañana transcurrió y no se supo nada de ella. Decidimos irla a buscar, y yo, junto a unos criados montados a caballo, entramos en el interior del bosque espeso. Dentro, era muy complicado andar, las raíces salían al exterior y dificultaban el paso. Nos pasamos horas buscándola, hasta que uno de los criados vio una luz azulada en medio del bosque que de repente, desaparecía. Un fuego fatuo. Atónitos, decidimos seguirlo. Sorprendentemente, encontramos una edificación en ruinas con cinco lápidas y una cruz medio rota en el suelo. El Monasterio. Allí, no había nadie, pero el fuego volvió a surgir delante de una de las tumbas. Me acerqué a ella y mi sangre se heló.

Llevaba el nombre de Alicia esculpido y la tierra estaba removida.

Anna Torres Pepió

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