RELATOS
Julia.
Esta historia me la contó un hombre irlandés en mi viaje a Irlanda y no me dejó para nada indiferente…
En un pequeño ducado Irlandés, en el castillo, vivía Martín, un hombre soñador, melancólico, romántico, imaginativo y aficionado a la naturaleza.
Un día, al despertar, se dio cuenta de que llevaba 28 años en ese palacio y jamás había sentido el amor… Esa misma noche, decidió salir a pasear por el bosque para despejarse. Le atemorizaban los ruidos inesperados, el silbido del viento, el mismo viento que movía las hojas dándoles vida y que a la vez movía también las largas ramas que parecían querer atraparlo. Poco a poco, con la única ayuda de la débil luz de la luna, consiguió hacerse paso hasta llegar a un viejo cementerio del cual no conocía existencia. Martín, sin pensárselo dos veces, entró. Estuvo ojeando, era gente de la que no había oído hablar. Al fondo, entre las ramas y la hojarasca, vio una tumba que resaltaba de las demás, se acercó y leyó: Julia Correa. Ese nombre sí le resultaba familiar. Había oído hablar de ella, una joven doncella que había muerto trágicamente ahogada mientras se bañaba en el lago. Martín, allí, por fin se sentía sereno, y decidió que a la noche siguiente volvería. La noche siguiente tal y como había dicho, volvió, pero esta vez le trajo un par de flores a Julia. Se quedó sentado junto la lápida varias horas y de repente, de la nada, apareció ella, apareció Julia. Martín se quedó inmóvil, pero a la vez sentía una enorme alegría. Ella se sentó junto a él, pero, cuando Martín quiso cogerle la mano, se desvaneció tan rápido como había llegado. Martín pasó noches yendo al cementerio, horas sentado en la lápida de Julia, esperándola, pero ella no aparecía. Volvía cada noche, cada vez más triste pero sin intención de rendirse, hasta que, 28 noches después, Julia volvió. Ella parecía contenta, parecía flotar entre el vestido, su largo pelo negro acentuaba su pálida cara y sus rojos labios y por primera vez, le habló.
-Ven Martín, quiero llevarte a un sitio muy especial para mí. Es mi forma de agradecerte todas tus visitas, mi manera de pedir perdón.-
Martín la siguió, ciego de amor, no podía dejar de contemplar su belleza. Llegaron al lago. Ella con su vestido blanco se metió sin pensárselo en el agua, sonriendo. Martín se lo pensó dos veces, conocía la historia y no quería el mismo desenlace. Julia empezó a cantar y a llamarle, le repetía constantemente que fuera con ella, que le quería, y su voz angelical atrajo a Martín hacia las aguas. Se cogieron de la mano y desaparecieron en la noche.
Anna Luengo
4t B