Me levanté a la vez que todos los músculos de mi cuerpo se coordinaron para ponerse en tensión mientras mi corazón palpitaba a la velocidad de una ametralladora disparando. Estaba nervioso, tenía miedo, solo con que uno de sus repulsivos dientes deformes atravesase mi piel, la vida habrá acabado para mí.
-Tu sangre no es fuerte, Zweir, ni la mía, ni la de ningún otro licántropo, ni la de ningún Alma Partida- Recordé aquella voz sin cara que me dijo esas palabras, hace tantos años que olvidé de quién se trataba. Solo sé que quien quiera que fuera la persona que me dijo eso fue la misma que me habló por primera vez de los Almas Partidas.
Ese vampiro seguía ahí delante, aunque esta vez más cerca, apretando sus puños en los barrotes y poniendo su huesuda cara delante de estos. Mis músculos se calmaron al ver las barras anchas de ese metal negro y frío que me separaban de ese monstruo. Me quedé aliviado y me sentía seguro pues en ese momento me olvidé, paradójicamente, de que me encontraba en una prisión.
-El fin ha llegado para ambos, perro. -Comentó después de quedarse un buen rato mirándome de arriba a abajo detrás de aquellas barras de metal. Me llamó perro para dirigirse a mí en un tono despectivo, de la misma manera que hacen muchas razas al referirse o dirigirse a un licántropo. Me sentí ofendido, supongo que por la presión originada en el miedo a una muerte inminente y por lo que siento hacia lo que soy y quién soy, un sentimiento que acababa de descubrir. Intenté no mostrar mi herida en la dignidad y le respondí con una sola mirada. -Pronto llegarán esos larguiruchos, con sus trajes pardos, sus cascos inservibles con ese pincho todavía más inútil y sus gritos en élfico. Nos cogerán, perro, y nos van a matar. -Me quedé callado, por alguna razón le estaba escuchando y sobre todo creyendo. Las advertencias de Rose sobre este imperio eran ciertas. Pocos saben algo acerca de los alzakim fuera de los muros de sus fronteras. -¡Oh, venga! Acércate más, que no muerdo, que ya no muerdo mejor dicho.-Soltó una carcajada mientras estiraba su brazo a través del espacio entre los barrotes y hacía ondular su brazo de arriba a abajo para indicarme que me acercase. Reaccioné con un espasmo hacia atrás, evitando su mano como si fuese de fuego o de plata misma.
-¿Cómo sabes lo que va a pasar? y… ¿Cómo sabes lo que soy? -Respondí después de una pausa que ocupé en mantener las distancias y evaluar su estado mental.
-Observa el sitio ¿Ves a alguien más a parte de nosotros? -Dijo mientras metía el brazo para extender ambos dentro de su jaula para presentarme a la fría soledad en la que nos encontrábamos. Después se sentó delante de mí; yo me mantuve de pie y a varios pasos de él.
Miré a mi alrededor cuando el vampiro se calló para esperar mi respuesta. Las demás celdas estaban vacías, huecas, sin vida, sin alma, aunque estaban llenas de pestilencia y oscuridad que ignora la luz del nuevo día que ahora entraba por las diminutas ventanas. No había nadie más a parte de nosotros dos.
-Parece que no. -Dije con una pausa previa, moviendo la mirada desde el pasillo hacia la nada, sin ni siquiera mirarle a él, me acerqué a la única pared de piedra de la celda, la que daba a la ventana minúscula, y ahí me apoyé, para instantes después descender a ras del muro hasta el suelo mismo, sin dejar de estar tenso.
-Exacto...No. Ahora dime ¿Por qué crees que te han encerrado los cabeza-pincho? -dijo con su mirada, falta de cordura, clavándose en mí.
-Violé el toque de queda...Bueno, yo y una compañera. Nos encontraron y nos llevaron a las salas de interrogatorio, al menos a mí, ella parece que intentó negociar algo con ellos.-Paré un momento para engullir lo que estaba diciendo yo mismo.- Entonces fue cuando entró aquel oficial y dio la orden de llevarme. Entonces Rose… Ella empezó a gritar, a gritar en alto élfico; parecía estar muy enfadada ¿Tal vez al dar la orden de encerrarme rompieron algún trato? No lo sé… -No le miré un solo momento a la cara, solo miraba una rata pequeña