que los dos elfos no dejaron de hacerlo. Pronto dejé de notar cada vez
menos cristales bajo las suelas de mis maltratados zapatos, cada vez íbamos
dejando más atrás aquel edificio. Entonces, giré la cabeza como si alguien
hubiera pronunciado mi nombre detrás de mis espaldas, recordé aquel
edificio tapiado que vi desde el coche, el mismo que vio el oficial y arrugó
la nariz durante unos segundos en una expresión de asco. Ese edificio tenía
pintado el símbolo que aparece en todos los sitios, serpenteante y extraño.
El edificio que examinaba en ese momento también tenía ese símbolo
pintado en los tablones de madera que tapiaban la puerta. Empecé a
sospechar que los alzakim tuvieron algo que ver; de hecho, lo di por
asumido. Dejé de fijarme en aquel montón de ladrillos quemados. Justo
cuando giré la cabeza, vislumbré, casi por el rabillo del ojo, al oficial
observando las calles; ni siquiera le vi la cara, pues tenía la cabeza ladeada,
como si le diese pereza girarla del todo para mirar o le diese demasiado
asco. La chica, al contrario, tenía la mirada fija en el suelo y su cuerpo
estaba totalmente rígido, como si tuviera miedo. Sus manos se agarraban al
brazo contrario, apretando aquella libreta en su seno, como un niño
abrazando a su peluche en medio de una noche tormentosa.
La calle no era muy larga y no tardamos mucho en salir. Ante mí, una
enorme y ancha calle se dejó ver, estaba colocada perpendicularmente
respecto a la calle que estábamos dejando atrás y estaba repleta de
movimiento y gente, casi todos vestidos de blanco. La luz entró en mis
ojos, obligándome a arrugar la cara para protegerme de la repentina
luminosidad de la actual calle. Seguíamos avanzando. La vista se me
acostumbró rápidamente ya que el cambio de luz no fue tan brusco.
Seguíamos avanzando. Observaba con atención los edificios ya que no
pude verlos bien desde el vehículo, los observaba como si tuviesen algo de
sospechoso, aunque no eran más que cajas enormes de cemento y mármol,