Agarré el asa de la puerta de aquel cofre vertical y lo abrí. Para mi sorpresa,
no había ni un saco, ni un uniforme viejo, era un traje, muy parecido al que
llevaba antes.
Me miraba al espejo. Mi reflejo, ya vestido completamente, mantenía una
mano en el nudo mientras que con otra apretaba la corbata, roja como la
sangre y suave como la piel de un gato. Por primera vez en todo el día no
parecía un preso a pesar de serlo. Abrí la puerta y recordé las órdenes de
aquel capitán, me dijo que fuera a la puerta del fondo. Pensé en bajar las
escaleras y escapar, pero este edificio no era una oficina normal, era una
oficina policial, donde muy cerca, si no es en el mismo edificio, había una
comisaría plagada de policías seguramente al corriente de mi situación.
Decidí dirigirme a la puerta del final, donde se encontraban dos soldados
custodiando la puerta. Me impidieron pasar, negaban con la cabeza
mientras me hacían una seña de “prohibido pasar” con la mano. Oía al
capitán hablar con alguien en élfico. Justo cuando pensé en aquella extraña
alucinación que me hacía entender que los alzakim hablaban en mi idioma,
aquella jaqueca fugaz apareció de nuevo y ahora esa conversación la
escuchaba en humano, justo como la última vez.
-Piense en las ventajas, un sueldo altísimo, un puesto en el ejército alzakim,
y sin ser una alta elfa, por no hablar de una casa…
-Lo siento Capitán, no puedo aceptar.
-Muy bien… ¡Dejadlo entrar! -gritó el capitán.
De pronto, me agarraron de los brazos, “Que novedad…” pensé. Y mientras
me apuntaban con dos revólveres en la cabeza, abrieron la puerta y me