entra en la puerta derecha, hay ropa con la que te podrás poner decente.Miró a la elfa, la cual leyó rápidamente la libreta que sostenía en sus brazos
exactamente como si la mirada del alzakim fuese una orden telepática. Se
paró en un punto determinado de la lectura y asintió nerviosamente
mirando al capitán.-Cuando acabes, dirígete a la puerta del fondo.
Subía las escaleras. Mientras mis zapatos destrozados pisaban los escalones
de madera para hacerme subir, pensaba en qué clase de ropa me iban a dar,
estaba seguro de que sería un saco o un uniforme viejo y usado “al fin y al
cabo soy un preso” pensé desde el pesimismo. Cuando llegué a la cima de
las escaleras, me encontraba, efectivamente, ante un pasillo de no mucha
longitud con una puerta a la derecha y otra al fondo. La del fondo tenía ese
símbolo omnipresente, ese símbolo con forma de río de color negro con dos
figuras serpenteantes a sus lados. Me quedé unos segundos observando esa
puerta, preguntándome qué significaría ese símbolo, aunque una cosa tenía
clara, representaba el imperio.
Abrí la puerta derecha, las bisagras chirriaron como ratas doloridas,
mientras extendía el brazo rodeando el pomo con el puño para abrirla. El
metal que formaba el pomo estaba frío, nadie había entrado en esa
habitación desde hacía horas. Me adentré en la habitación, coloqué la mano
en el límite de la puerta y empujé y caminé hacia atrás para cerrar la puerta.
Un sonido seco se oyó por todo el cuarto. La habitación no era muy grande.
Las paredes no estaban pintadas, solo una capa casi translúcida de algún
tipo de pintura separaba el aire del cimiento del muro; en el cuarto tan solo
había una silla, un espejo que se mantenía de pie gracias a la presencia de
patas, una bombilla colgando del techo, una ventana que daba a la calle
opuesta por donde entramos y un armario. Caminé en dirección al armario,
mis pasos resonaban por toda la habitación hueca, en un eco minúsculo.