milenios, y la muerte se había extrapolado y destilado hasta convertirse en lo que hoy
es para mucha gente: un trabajo.
Él llevaba años ``en plantilla´´ para la muerte, en realidad fue creado para ello, para
acostumbrarse al pegajoso y embriagador olor de la sangre, sin hacerse un adicto a su
sabor. Ese hombre no tenía un nombre, solo un número, el cuarenta y siete, era la
muerte pura. Era alto, sin pelo, de tez blanca sin ser pálido y con unos ojos desalmados
que eran capaces de aterrar al más valiente y ‘‘calar’’ al mejor de los mentirosos. Este
hombre estaba siempre enfundado en un traje de alta costura negro, con una camisa
blanca y, sobre ella, destacando, una corbata rojo sangre.
Este hombre se encontraba perdido, confundido, conocía su terrible pasado y aun
pensaba que terminó con esa pesadilla hacía mucho, pero lo que tenía delante
demostraba que no, era otra persona transformada.
Desenfundó su brillante arma y apuntó a la indefensa chica y le dijo, dejando que se
notase su enfado.
-¿Quién eres? Y mejor dicho, ¿por qué iba a morir alguien por ti?- dijo esperando un
balbuceo por parte de la chica.
Pero ella contestó.
-No lo sé, ella y yo éramos amigas, me dijo que eras diferente ¡que me ayudaríasechándose a llorar, se tapó la cara mientras suplicaba- ¡No me mates! Por favor…
Cuarenta y siete enfundó el arma y le contestó:
-Todos tenemos un límite, niña, incluso los monstruos.
Horas después, estaban delante de una iglesia que se llamaba ``Los perdidos´´ y en la
que les recibió una enérgica anciana que reconoció enseguida al trajeado.
-Hola, hermano- dijo la anciana con voz preocupada- ¿qué te trae por aquí?
Cuarenta y siete, respetuoso, contestó:
-Esta niña, madre, temo que le ocurra lo que a mí, te pido que la acojas en tu seno hasta
que descubra por qué la buscan- dijo enseñándole un sobre lleno de billetes.
-Pasa, hija mía- dijo mientras apartaba el sobre de billetes- No hace falta , hermano,
aquí todos somos