Skapa't Juny de 2019 | Page 48

tenía solo quince años y era costumbre ir a pasar las largas tardes de invierno con ella. Estuvimos cocinando un pastel de chocolate con canela mientras mi tío, como siempre, ocupaba su púlpito rojo en el comedor, su mejor coñac, su mando a distancia de televisión, su puro, su querido programa, su vida, su casa, su reino, su pura ignorancia… de lo que tramábamos en la cocina. Con la masa casi preparada y la levadura por mezclar, tía Natalia, esa tarde, olía a desesperación, ira, ¡locura! Su lavadora, sus platos, su suelo, el morado justo al lado de su ojo izquierdo…hacía tanto tiempo que aguantaba esa situación y tan poco que yo había sido consciente, que a ambas nos entró un sentimiento de náusea. Pero la canela, oh nuestra dulce canela, siempre nos transportaba a ese mundo utópico al cual aspirábamos a llegar algún día. El pastel estaba listo para empezar a crecer. En el momento en que mi tía abrió el horno para ponerlo dentro, aproveché para sacar el libro de mi bolsa de ropa lila. Se lo entregué, y en voz baja susurró “​ Oprimidos los hombres, es una tragedia. Oprimidas las mujeres, es tradición ​ . (Letty Cottin)”. Conectamos a través de nuestras miradas y fue suficiente para que esa misma tarde cruzáramos la puerta trasera y no volviéramos a entrar nunca más. Unas calles más allá, cuando empezamos a andar más ligeramente, oímos una explosión a lo lejos y velozmente nos acarició un dulce viento con olor a canela que nos aseguró nuestro destino. Mi tía Natalia y yo, cogidas de la mano, y ella con una sonrisa dibujada en sus finos labios, me dio un beso en la frente en la que aún hoy en día puedo notar su valentía.