Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Page 28

28 José Luis Pérez Gómez mentos hay que mostrar más decisión frente a una autoridad injusta. Un poco de coraje, por favor. Aquella alabanza de los rebeldes americanos no dejó de sor- prender al resto de los presentes, aunque ya sabían que Bartlett decía extravagancias cuando se ponía nervioso. El dueño de la casa se giró hacia su invitado. —Señor Dyer, yo compraré sus esclavos. Si alguno más quiere unirse a mi acción, será bienvenido. Y puesto que todos estamos de acuerdo en que nuestro problema es el superinten- dente, hagamos que el superintendente tenga problemas. Su comportamiento personal no es en absoluto ejemplar. No lo vemos acudir los domingos a ningún tipo de oficio religioso. Sin duda el pecado lo retiene en su mansión y no le deja tiempo para dar gracias al Señor por lo que tiene. Además, sabemos que sus finanzas tienen muchos puntos oscuros. Le podemos apretar el bolsillo. Bartlett pensó que había dado una lección al resto de los reunidos. Como nadie le secundó en su oferta de compra de esclavos, consideró zanjado el motivo de la reunión. Para el superintendente Edward Marcus Despard también aquel día era especial. Los viajeros de la goleta le esperaban en la sala principal del pequeño edificio del Gobierno Militar. Se trataba de un grupo variado que incluía antiguos desertores del Ejército, ciudadanos leales que habían huido de la nueva repú- blica americana e incluso negros liberados de Jamaica. Apareció ante ellos con el paso decidido y la mirada cordial de bienvenida que dedicaba a todo el mundo. Su porte inspiraba confianza. De estatura superior a la media, los rasgos de su cara eran regulares si se exceptuaba una larga y estrecha nariz semejante al pico de un pájaro carpintero decidido a tallar lo que se topase delante de él. Se acercaba a los cuarenta años, pero mantenía la forma física