Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Page 27

Sin cadenas que te mancillen 27 agrandará sus propiedades en tierra firme. No debemos mostrar miedo. La discusión no paraba de crecer entre los presentes. Pero de repente se hizo el silencio cuando tomó la palabra un hombre de rostro grave, que permanecía sentado en su silla. Hablaba sin apartar la vista del líquido de su copa. —Es verdad todo lo que ha dicho el señor Hoare. Pero si ahora traemos esclavos, el superintendente enviará sus soldados y los incautará. Y aquí no ejerce ningún tribunal con el poder suficiente para ordenar su devolución. El caso se trasladará a Ja- maica y tardaremos años en alcanzar el resarcimiento. Por favor, esperen a que den fruto las gestiones que llevamos en Londres y se logre que la Administración sustituya a Despard por un nuevo representante más comprensivo. Entonces podremos actuar sin cortapisas. El hombre sonrió a los presentes. Seguro del efecto de su discurso, finalizó con delectación su bebida. El resto de los presentes callaron. Sus palabras enfriaron incluso los ardo- res de los más belicosos. No valía la pena arriesgarse y tener complicaciones con la autoridad si dentro de poco habría un cambio en la cúpula del poder local. Por lo menos eso es lo que les prometían sus agentes en Inglaterra. Solo era cuestión de resistir unos meses. Pero el anfitrión no pensaba así. Al sentir el silencio en la sala, Bartlett no pudo continuar callado ni un segundo más. La expresión de su rostro era colérica. Los ojos casi se le salían de las órbitas. No entendía aquella cobardía de sus invitados. —Señores, yo soy el único dueño de mi casa y de mis pro- piedades. Y no estoy dispuesto a que nadie me dé lecciones de cómo debo manejar mis negocios. Ustedes los británicos, siempre tan asustados por las leyes. Pienso que mis antiguos compatriotas de Virginia tienen algo de razón. En ciertos mo-