Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Página 26
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José Luis Pérez Gómez
más joven del grupo, que mostraba un rostro enrojecido quizás
por su falta de costumbre con el alcohol, exclamó en voz alta:
—¡El maldito Despard! Nos odia a nosotros y lo que signifi-
camos. Y pensar que fuimos tan idiotas como para presionar a
la Corona para que le dieran el cargo, cegados por sus hazañas
militares… Desde que llegó ha desoído nuestras peticiones de
nuevas concesiones y en cambio piensa traer nuevos colonos y
otorgarles pequeñas parcelas. Pero eso sí, él se ha adjudicado
una finca de ochocientas hectáreas, donde ha construido una
nueva mansión para su disfrute con la mujer con la que convive.
Bonito ejemplo…
Un hombre de más edad que utilizaba una gran peluca blanca
se levantó como impulsado por un resorte.
—Despard parece un soldado de los tiempos de Cromwell.
Trata de intervenir en todo, incluido el comercio. Y aniqui-
larnos a nosotros, los únicos que sabemos generar riquezas. Si
seguimos bajo su poder absoluto, solo la miseria aumentará. Así
la pobreza del asentamiento se perpetuará y nosotros viviremos
dependientes de sus caprichos y sufriendo el dominio castren-
se. –El anciano se incendió–: ¡Cómo ha cambiado nuestro
mundo! Ahora que en teoría estamos protegidos por la Corona,
disfrutamos de menos derechos de los que nuestros antepasados
gozaban cuando se establecieron por su cuenta y riesgo. Basta
ya de obedecer como corderos. Necesitamos formar una nueva
relación con la metrópolis.
El joven hacendado volvió a retomar la palabra.
—Digan lo que digan los papeles, este es territorio de su ma-
jestad con todas sus consecuencias. Por lo tanto, si queremos,
podemos disfrutar de plantaciones con esclavos. Los españoles
nunca nos invadirán por no cumplir los tratados al pie de la
letra. Y si se atreven a intervenir, la Marina Real desembarcará
más tropas, se les dará un nuevo escarmiento y su majestad