Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Page 25

Sin cadenas que te mancillen 25 ningún obstáculo en negociar con ellos sus pagarés. No nece- sitan pagarme ahora. Uno de los presentes, un hombre fuerte y de aspecto desaliña- do, comenzó a hablar moviéndose por la sala. Repasaba con la vista al resto de los presentes como para recabar su asentimiento. —Una oferta muy interesante, señor Dyer, pero no vivimos en libertad. En el territorio manda nuestro superintendente, que es un irlandés muy raro, valga la redundancia. –En la sala se oyeron risas y murmullos de asentimiento–. Según él, en el tratado que se firmó con los «señores» españoles, no se reconoce a la Corona inglesa la propiedad de las tierras, solo el usufructo de la misma. Según él, esto prohíbe de forma terminante la existencia de grandes plantaciones. Y, por consiguiente, no podemos aceptar sus esclavos. Un silencio glacial se apoderó de los presentes. Bartlett expli- có entonces a Dyer que la situación jurisdiccional del asenta- miento no estaba clara. Al principio Londres no quería nombrar un cargo oficial allí para que los españoles no la considerasen una colonia ilegal y tuviesen una excusa para invadirla. Durante ese tiempo se permitió que una asamblea de jerarcas locales la gobernara y estableciera sus propias leyes. Los colonizadores habían logrado sacar beneficios de la tierra y bosques que pu- dieron desbrozar con facilidad. Pero después de la rebelión en las colonias norteamericanas, la Administración inglesa decidió gobernar de forma directa sus asentamientos. Así que vencieron sus escrúpulos y nombraron a Despard como superintendente. Pero nada más llegar, el militar anuló la asamblea de notables y recortó mediante sus disposiciones el poder absoluto con que los plantadores habían gobernado. Los antiguos potentados nunca le perdonarían tal afrenta. Mientras Bartlett exponía la situación a su invitado, el vino fortificado que tomaban los presentes desató sus lenguas. El